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Una gran aventura

 

ARGUMENTO

 

¿Se atrevería a dar el gran paso?
Leticia sabía que era una ridiculez, pero le daban miedo las alturas y cualquier otra cosa mínimamente arriesgada. Entonces, ¿por qué había accedido a saltar desde un avión?
Sí, también sabía que era una estupidez, pero la culpa era de su orgullo y de su necesidad de estar con Fernando, que iba a saltar con ella. El atrevido y aventurero Fernando, su primer amor, el mismo que la había rechazado hacía años con la excusa de que era sólo una chiquilla.
Fernando no podía evitar darse cuenta de que Leticia era ya toda una mujer… una mujer que lo atraía enormemente. El problema era que sabía que ella lo odiaba por todo lo ocurrido en el pasado. ¿Se atrevería a dar el paso para saltar del avión… y comenzar una vida junto a él?

 

 

 

PRÓLOGO

 

El río fluía impetuoso y turbulento.
Leticia tiraba piedras al agua desde una roca.
Se hundían.
Cuando se le acabaron, trenzó unas hierbas imitando la forma de un kayak. También la embarcación fue devorada por la corriente. ¿Por qué sus padres pensaban que descender por un río como aquél podía ser divertido?
En unas horas ella sería la víctima a merced de las aguas. Desaparecería bajo la superficie y no podría respirar. Las nociones de arriba o abajo perderían significado en medio de aquella asfixiante masa de líquido en perpetuo movimiento.
Se estremeció. Todavía la esperaban dos semanas de tortura antes de volver al colegio.
–¡Hola!
Leticia se volvió y descubrió a Fernando con las manos en los bolsillos. Era tan guapo… pero no debía descubrir lo que sentía por él. Además, era mucho mayor que ella.
–¡Hola!
–Tus padres te están buscando.
Leticia se dio cuenta de que debía de ser la hora de comer. Tenía hambre, pero estaba segura de que si comía, vomitaría en cuanto se subiera a la canoa y empezaran el agitado descenso.
–Ya voy –se puso en pie y echó una última ojeada a las profundas y revueltas aguas del río.
No comprendía por qué los demás disfrutaban de algo que a ella le espantaba. Odiaba el deporte de aventura.
Caminaron juntos varios minutos antes de que notara que Fernando la miraba con curiosidad. Giró la cara hacia el lado contrario para ocultar Un par de lágrimas que asomaban a sus ojos. Fernando se detuvo y se cruzó de brazos.
–¿Qué te pasa?
–Nada.
–No es verdad. Estás llorando. ¿Quieres que vaya a por tu madre?
Leticia se pasó el dorso de la mano por la cara y sacudió la cabeza.
–No. Y no les digas que he llorado.
–Seguro que te pasa algo con un chico. A tu edad las niñas lloran por esas cosas.
–¡No soy una niña!
–Pues lloras como un bebé.
–¡Cállate!
–Seguro que se trata de un chico –repitió Fernando en tono burlón.
–No es verdad. Es por ese estúpido río –dijo al fin Leticia.
–¿Qué le pasa al río? –preguntó él, desconcertado.
–Tengo miedo. –Leticia sintió tal alivio al expresar su temor que ya no pudo parar– Odio las aventuras. No me gusta estar asustada, ni sentir que me ahogo. –se puso en cuclillas y arrancó unas briznas de hierba– Soy una cobarde.
–No es tan peligroso. Tus padres no te obligarían a hacer algo que lo fuera. Además, te han entrenado para el descenso en canoa.
–Ya lo sé. Pero sigo teniendo tanto miedo que casi no puedo respirar.
Fernando se acuclilló a su lado.
–Si realmente no quieres hacerlo, deberías decírselo a tus padres.
–¡No! –gritó Leticia. No podía soportar la idea de que sus padres descubrieran su secreto– Nunca se los diré. Prométeme que tú tampoco.
–Entonces, ¿qué piensas hacer?
–Nada –Leticia apretó los labios y tiró con fuerza de la hierba. No podía hacer nada. Su problema no tenía solución.
–¡Mocosos…! –murmuró Fernando. Y Leticia pensó que no tenía derecho a llamarla mocosa cuando él lo había sido hasta hacía muy poco– Vámonos antes de que empiecen a preocuparse.
Dos horas más tarde, sus padres y Fernando bajaban los kayaks al río. Ella llevaba los remos y su corazón se encogía a medida que se acercaban al agua.
–Está muy crecido. –dijo su padre con una sonrisa– Va a ser un descenso fantástico.
Leticia comenzó a temblar. Para disimular, se entretuvo atándose las agujetas de sus tenis. De pronto, oyó un grito. Al volverse, vio a Fernando apoyado contra una roca, murmurando y jurando al tiempo que se llevaba la mano al pie.
–¿Estás bien? –preguntó su madre.
–Me he torcido el tobillo. Se me está hinchando.
–Con lo buen escalador que eres, ¿cómo puedes torcerte el tobillo caminando en un terreno plano?–preguntó el padre de Leticia.
Fernando tenía el rostro contraído por el dolor pero sonrió.
–Ya ves, Erasmo. No soy perfecto.
–Deja que lo mire –dijo la madre. Fernando la de tuvo con un gesto de la mano.
–No hace falta, Julieta. Volveré a la cabaña y me pondré una bolsa de hielo.
–¿Puedes conducir?
–Claro que sí. Pero quizá necesite ayuda –Fernando miró a Leticia.
Ella sintió un inmenso alivio.
–Yo me quedo contigo, Fernando, no te preocupes.
–No es justo que tú te pierdas el descenso. –dijo su madre, dudando– Me quedo yo
–No. Es una de las actividades del próximo curso Y tienes que probarla. –exclamó Leticia– Ve con papá. Yo cuidaré de Fernando.
Vio que los adultos intercambiaban una sonrisa escéptica ante la idea de que una niña de catorce años cuidara de un chico de diecinueve, pero finalmente accedieron.
Fernando se apoyó en ella y caminaron hacia la camioneta. En cuanto los kayaks estuvieron fuera del alcance de la vista, Fernando dejó de cojear y se adelantó a ella mientras Leticia lo miraba con ojos abiertos como platos.
–¿Tú también te lo has creído? –preguntó él, volviendo la cara por encima del hombro.
–¿No te pasa nada?
Fernando puso los ojos en blanco al tiempo que abría la puerta de la furgoneta.
–Claro que no.
–¡Pero a ti te encanta el descenso de aguas turbulentas! ¿Has fingido lo del tobillo para que yo no tuviera que ir? –Leticia no podía comprender por qué Fernando haría algo así por ella.
–Sube al coche, Leticia. Vamos a la cabaña a que juegues con tus lápices.
–He traído carboncillo, no lápices. –dijo ella molesta, mientras subía– Los lápices son para niños.
Fernando le guiñó un ojo.
–¿Y tú no lo eres?
Leticia apretó los dientes. Fernando se había hecho mayor súbitamente. Durante mucho tiempo, y a pesar de que era mayor que ella, habían jugado juntos. Pero el año anterior Fernando se había ido a la universidad y había vuelto convertido en un adulto.
Ella echaba de menos al viejo Fernando.
Entraron en la cabaña y se sentaron en silencio durante varios minutos, Fernando en el sofá, mirando al techo y Leticia delante de la mesa, con su material de dibujo.
–No te molestes en darme las gracias –dijo–él finalmente.
–Gracias –dijo ella a regañadientes.
–Vas a tener que contarles la verdad, niña. Tus padres creen que disfrutas con estas cosas. Yo también lo creía.
–No pienso decirles nada.
–¿Por qué no?
–Porque quiero ser tan aventurera como… –estuvo a punto de decir «tú»– como mamá y papá. Y lo conseguiré; sólo necesito descubrir mi espíritu de aventura.
Fernando le dedicó una sonrisa que la hizo sentirse estúpida.
–¿Has leído eso en un libro?
–No. Acabo de pensarlo.
Fernando rió entre dientes, se incorporó y sacó el celular del bolsillo de su pantalón.
–Ahora vete a jugar un rato, a ver si descubres tu espíritu de aventura. Tengo que llamar a mi novia Marcia. – le guiño un ojo– Y me gustaría tener un poco de intimidad.
Leticia salió malhumorada: Odiaba al mundo en general y a Fernando en particular.
Estaba segura que esa Marcia ya habría descubierto su «espíritu de aventura».

 

 

CAPÍTULO 1

 

Allí estaba, sentado en el sofá.
Leticia lo contempló desde el vestíbulo, aprovechando que él no la había oído entrar.
Hacía tiempo que no coincidían.
La vida de Fernando había girado en torno a los deportes extremos, mientras que ella vivía cerca de sus padres y se dedicaba al arte y a disfrutar de una vida tranquila y sin sobresaltos.
Aquélla era la primera vez que lo veía en varios años.
Estaba tan atractivo como siempre. Llevaba su cabello rizado un poco largo, rozándole el cuello. Siempre hacía lo mismo: se lo dejaba muy corto y luego lo dejaba crecer durante meses. Para Leticia, era el único hombre al que le quedaba bien así.
Pero estaba decidida a tratarlo como lo que debía ser: el hermano que nunca había tenido. Y para demostrarse que podía actuar en consonancia, caminó de puntillas hasta ponerse detrás del sofá.
En cuanto alargó las manos para cubrirle los ojos, Fernando la sujetó por las muñecas y le hizo dar una voltereta que la dejó tumbada, con la cabeza apoyada en su brazo. Leticia parpadeó.
–Hola, Fernando. Bienvenido a casa.
–Hola, Leticia, ¿creías que no te oiría?
Su voz sonó dulce y profunda en sus oídos, tal como la recordaba. Hizo ademán de incorporarse pero Fernando la retuvo, cruzando el brazo sobre su estómago. Leticia sonrió.
–Quería poner a prueba tus reflejos.
–¿Para saber si me estaba volviendo viejo?
–Puede que estés mayor, pero todavía te falta mucho para ser viejo.
–Y recuerda que tú envejeces a la vez que yo.
–Felicidades, Fernando.
–Felicidades, Lety.
Cumplían años el mismo día y lo habían celebrado juntos hasta que Fernando empezó a considerarla una chiquilla.
–Suéltame. –dijo Leticia– Si mis padres nos ven así, creerán que su sueño de que acabemos casados puede llegar a cumplirse.
Fernando sonrió a la vez que enredaba un dedo en un mechón de su cabello.
–Ya sabes que siempre me ha gustado correr riesgos.
–Pero recuerda que a mí no.
–¿Todavía  no has descubierto tu espíritu de aventura, niña?
–Ya no soy una niña… y no, me he dado por vencida.
Fernando arqueó una ceja.
–¿De verdad? ¿Y se los dijiste a tus padres? –preguntó al tiempo que le jalaba el pelo suavemente.
–Sí. ¡Suéltame! Me estás haciendo daño.
Fernando le dedicó una sonrisa irresistible y Leticia lamentó que él volviera antes de que ella hubiera conocido al sedentario y aburrido marido que esperaba encontrar.
–¡Tienes una cana!
–Ya lo sé. Pero mamá dice que si me la arranco me saldrán siete más. Así que he decidido dejarla.
Fernando dejó escapar una carcajada
–Canas o no canas, ¿cómo es que no estás celebrando tu cumpleaños con un novio?
–Lo mismo podría preguntarte yo a ti.
–Yo estoy aquí porque tu mamá me ha prometido una cena con la mujer más guapa del mundo.
–¿Y no te ha dicho que está casada?
Fernando la miró con sorpresa.
–¿Estás casada?
Leticia aprovechó su desconcierto para incorporarse y sentarse en el otro extremo del sofá.
–No. –dijo, riendo– Pero mamá sí y es ella es quien te ha invitado a cenar.
–Has conseguido preocuparme.
–¿Cómo voy a encontrar a alguien que pueda compararse contigo? Eres el único hombre capaz de descender una montaña cargando conmigo para salvarme de morir de insolación.
Fernando le guiño él ojo y Leticia miró en otra dirección. Tenía que dejar de coquetear y pasar a tener una conversación de adultos. No podía permitirse ambigüedades con un hombre que conseguía hacerle sentir mariposas en el estómago.
–Ha pasado mucho tiempo. ¿Dónde has, estado? –preguntó, intentando sonar tranquila.
Fernando se encogió de hombros.
–Por todas partes.
–¿Y cuándo volviste?
–Hace una semana.
–Para ti eso es mucho tiempo –dijo Leticia, sonriendo.
–Pues voy a quedarme aquí. Mi sobrino y ahijado me necesita.
Leticia asintió en silencio. El hijo de Paula María había sido diagnosticado autista el año anterior. Paula y él estaban siguiendo una terapia conductista que requería mucho tiempo y esfuerzo, pero en la que había puesto todas sus esperanzas.
Desde luego que Paula y Jaimito necesitaban ayuda. Pero la idea de que Fernando se asentara y se convirtiera en un tío de tiempo completo le parecía imposible.
–Hace tiempo que no veo a Paula María. –comentó– Solíamos hablar por teléfono, pero desde que se casó casi no nos hemos visto.
–Esta semana está fuera de la ciudad. Jaimito asiste a un curso de preparación para el tratamiento.
–La llamaré la semana que viene. –dijo Leticia– ¿Así que vas a pasar aquí el verano?
Fernando se encogió de hombros de nuevo.
–Y algo más. Tus padres me han contratado como consejero de Aventureros Intrépidos, y puede que lleguemos a un acuerdo a más largo plazo.
¿Un acuerdo? ¿Qué tipo de acuerdo?
Fernando se adelantó a Leticia.
–Ya hemos hablado bastante de mí. ¿Tú cómo estás?
–Bien. Adoro la vida tranquila, sin aventuras.
–¿Y tus padres? No los veo desde hace años.
Sus familias habían pasado muchas vacaciones juntas, en las que todos disfrutaban menos Leticia. Cuando por fin había sido capaz de contar la verdad, le permitieron quedarse atrás y hacer lo que a ella le gustaba: leer acurrucada en un sillón, pasear, dibujar el paisaje…
Por el contrario, Fernando disfrutaba de cada segundo dé frenética actividad. Y poco a poco Leticia se había sentido irritada por la forma en la que sus padres la miraban con tristeza, como si se preguntaran por qué no podía parecerse más a él.

 

 

CAPÍTULO 2

 

Leticia frunció el ceño. Fernando había sido siempre perfecto: el hijo ideal, valiente y habilidoso, todo lo contrario a ella. Durante su infancia, sus sentimientos hacia él habían oscilado entre la adoración y el odio hasta que, durante su adolescencia, se había enamorado de él, llegando a protagonizar el incidente más humillante de su vida cuando ya tenía dieciocho años.
Apenas se habían visto desde entonces. Fernando se había ido a recorrer el mundo, y mandaba postales regularmente en las que incluía una posdata preguntando por ella.
–Mamá y papá están muy bien. –estaba diciendo Fernando– Siguen en Egipto. –le dio un golpecito el hombro– Pero no intentes cambiar de tema, estábamos hablando de ti.
Leticia arrugó la nariz.
–Ya sabes que soy una aburrida, Fernando. En mi vida no hay nada digno de contar.
– Mi hermana me ha dicho que trabajas como escritora y que te dedicas al arte.
–En cierta forma sí, pero todavía no gano bastante como para vivir de ello. Por el momento sigo trabajando en la biblioteca.
–Escribes libros para niños, ¿no?
–Sí, empecé ilustrando cuentos de otros autores, pero ahora intento escribirlos yo misma. Es todo un reto.
–Suena bien.
–Puede que no sea tan emocionante como tirarse en paracaídas, pero a mí me gusta.
Como de costumbre, pasaba a estar a la defensiva, por más que se dijera que no tenía por qué avergonzarse de que le gustara la vida rutinaria y equilibrada que había elegido tener.
Pero había algo en ella que le hacía buscar la aprobación de Fernando. De hecho, con el paso del tiempo se había dado cuenta de que era por él y no por sus padres por quien había fingido ser una adicta a la adrenalina como lo eran todos ellos.
—¿En qué estás trabajando en este momento?
Leticia se retiró el cabello de la cara.
—En un cuento fantástico. Ya sabes, con héroes, dragones y monstruos —respondió.
—¿Una aventura?
—Supongo que sí. Me gustan las aventuras en papel.
—Así que por fin descubriste tu espíritu de aventura.
Leticia intentó decidir si le estaba tomando el pelo. Lo cierto era que sí le gustaban las aventuras, pero sólo las que ocurrían en su cabeza. Fernando tenía razón. De hecho, su espíritu de aventura la empujaba a una interminable sucesión de peligrosos acontecimientos. Eso sí, siempre ficticios.
—¿Qué tal va el libro?
—La verdad es que estoy estancada, pero siempre me pasa lo mismo. Sé cuáles van a ser los episodios principales, pero me faltan algunos detalles y el final.
—¿Y cuál es el problema?
—El héroe. No consigo imaginar físicamente al príncipe Diego —Leticia miró a Fernando y frunció el ceño. No entendía por qué no conseguía hacerse un retrato mental, pero en ese momento Fernando arqueó la ceja, y su rostro y el de Diego se superpusieron en una única imagen.
Leticia chasqueó los dedos y miró a su alrededor en busca de lápiz y papel.
—¡Lo tengo! —exclamó, al tiempo que se ponía en pie de un salto. Al no encontrar material de dibujo, dio un golpe de frustración al sofá— ¿Por qué no habré traído mi cuaderno?
Fernando se rió suavemente.
— ¿Esto es lo que llaman un arranque de inspiración?
El corazón de Leticia latía con fuerza al pensar que Diego al fin iba a reflejar su imagen en el papel.
—¿Te importaría…?
Sus padres salieron de la cocina en ese momento charlando animadamente y no pudo arrancar una promesa a Fernando.
Lo conseguiría más tarde. Aunque tuviera que suplicárselo y dibujarlo en una servilleta de papel. Necesitaba desesperadamente materializar aquella inspiración.
— ¡Leticia! — la abrazó su madre— Felicidades, cariño. ¿Has visto qué sorpresa de cumpleaños te hemos preparado?
—Sí. Me encanta volver a verlo —comentó Leticia al tiempo que se reprendía por imaginarse a Fernando tal y como llegó al mundo, envuelto en papel para regalo. Tenía que mantener sus hormonas bajo control.
—¿Se acuerdan de la vez que confundimos los regalos y a Fernando le tocó la Barbie enfermera y a ti ese gran barco?
— ¡Cómo olvidarlo! —dijo Fernando, sonriendo— Tengo amigos que todavía me lo recuerdan.
Leticia asintió.
—Cuando la recuperé, estaba desnuda y tuve que rescatar el vestido de la basura.
—Y al oír que tu madre decía que así se portaban los niños, —intervino su padre— tú dijiste que no comprendías por qué existían.
Leticia sonrió con tristeza al ver la palmada amistosa que su padre le daba a Fernando. Siempre se habían adorado y ella no podía evitar sentirse celosa de la camaradería que había entre ellos.
Una vez más se enojó consigo misma. Sus padres tenían derecho a querer a Fernando. Eso no significaba que no la quisieran a ella, pero Fernando había seguido sus pasos y era lógico que se sintieran orgullosos de él.

 

 

CAPÍTULO 3

 

Leticia percibió que Fernando la miraba y se volvió para descubrir una gran sonrisa en su rostro.
—Espero que hayas cambiado de opinión respecto a los chicos —comentó él.
—¿Respecto a los chicos en general o a los que aterrorizan a las niñas? —dijo ella al recordar una escena que la hizo estremecer.
—¿No me digas que todavía me guardas rencor por aquella tarántula?
—Eso me ha marcado de por vida.
Fernando puso cara de arrepentimiento, aunque sus ojos brillaban con picardía.
—¡Pero si estaba metida en un frasco!
—¡Ya van a empezar a discutir como en los viejos tiempos! —intervino Julieta— Es una pena que tus padres no estén, Fernando. ¿Siguen en Egipto?
—Sí. Ya sabes que su trabajo como arqueólogos es muy absorbente, sobre todo ahora que papá se ha obsesionado con las momias, y están decididos a encontrar alguna tumba.
—Me alegra saber que siguen disfrutando su trabajo. Por cierto, invité a tu hermana pero me dijo que ella y Jaimito están en una terapia de fin de semana.
—Sí. No los he visto todavía.
—Nosotros apenas coincidimos con ella. Como no es fácil encontrar niñera para Jaimito, apenas sale. Bueno chicos, siéntense.
Sus padres y Fernando charlaron sobre negocios durante la cena, y como Leticia tenía poco que decir respecto al descenso de aguas bravas en canoa y al vuelo sin motor, se dedicó a pensar en las aventuras del príncipe Diego.
Al haber encontrado el modelo de su héroe en Fernando, todo empezaba a encajar en su sitio. Finalmente veía claro cómo se desenvolverían las escenas que hasta aquel momento estaba atascadas en su imaginación.
Leticia salió de su ensimismamiento al oír que su padre hablaba sobre Aventureros Intrépidos, las posibilidades de futuro que se abrían para el negocio, los nuevos elementos que Fernando aportaría, y toda una serie de cosas de las que ella no había oído hablar con anterioridad.
Tras unos minutos tuvo la certeza de que sus padres hablaban como si fuera obvio que Fernando se haría cargo de Aventureros Intrépidos en el futuro. Su padre le daba consejos y su madre miraba alternativamente a Fernando y a ella con una sonrisa en los labios.
Al darse cuenta de lo que planeaban, tuvo ganas de esconderse debajo de la mesa. Su única esperanza era que Fernando no se diera cuenta de que estaban actuando como casamenteros.
Fernando dirigiría Aventureros Intrépidos… cuando se casaran.
Durante años les habían tomado el pelo con esa posibilidad, hasta que Fernando había llegado a la edad en la que dejó de hacerle gracia que se refirieran a ella como su «prometida».
Pero por lo visto, ahora sus padres volvían al ataque.
Tras conseguir orientar la conversación en otra dirección, Leticia aprovechó que su madre iba a la cocina a buscar el postre para acompañarla.
—Mamá, ¿han perdido el juicio?
Su madre puso cara de inocencia al tiempo que se entretenía buscando algo en el refrigerador.
—¿A qué te refieres?
—A Fernando.
—¿Qué pasa con Fernando?
—Toda esa charla sobre el futuro de la compañía tenía gracia cuando éramos pequeños, pero ahora parece que quieren venderme. Y te recuerdo que los matrimonios concertados forman parte del siglo pasado.
Su madre sacudió la cabeza y la miró desconcertada.
—¿Matrimonios concertados? ¿De qué estás hablando?
—Mira, mamá, nunca va a haber nada entre Fernando y yo. Aunque estuviera locamente enamorada de él, tú sabes que yo quiero tener una pareja estable  y aburrida. He pasado la infancia con dos aventureros y no quiero otro ni aunque me lo regalen.
–¿Dices que estás loca por él? —su madre siempre había tenido memoria selectiva.
Leticia puso los ojos en blanco.
—¡No! No lo querría ni aunque me dieran dinero por él, así que olvídalo.
— ¡Ay! Acabas de romperme el corazón, niña.
Fernando y su padre las habían seguido con los platos y habían escuchado la conversación. Pero a Leticia no le importó que las hubieran oído.
—¡No me llames niña!
—Escucha, cariño… —dijo Fernando. Y Leticia apretó los dientes. Esa palabra le gustaba mucho más que «niña», pero aún así alzó la mano para hacerlo callar.
—Fernando, disculpa a mis padres. Quiero que sepas que yo no sabía nada de sus planes. —sonrió para no ofenderlo— No quiero nada contigo. Sólo me lo plantearía si fueras el único hombre sobre la tierra y dependiera de nosotros el futuro de la humanidad.
Fernando dejó los platos y se llevó las manos al pecho en un gesto de fingido dolor.
— ¿Sólo te interesaría para salvar a la raza humana de la extinción?
—Leticia, estás equivocada —dijo su padre, con el ceño fruncido—. Esto no tiene nada que ver contigo. Fernando va a comprar Aventureros Intrépidos. El mes que viene firmaremos el acuerdo.

 

 

CAPÍTULO 4

 

A Leticia le ardió el rostro y se quedó sin aire en los pulmones. Pero no sabía si era de vergüenza o de ira.
Claro que sus padres no pretendían venderla a Fernando.
¿Fernando iba a comprar Aventureros Intrépidos? ¿Sus padres iban a vender su amado negocio?
Tomó aire sin saber qué preguntar en primer lugar.
Que sus padres quisieran venderlo no era una novedad del todo. En distintas ocasiones lo habían mencionado en relación a sus planes .de jubilación. Pero siempre había sido un tema alejado en el futuro. Nunca habían concretado nada, aunque tal vez se debiera a que su hija no mostraba el menor interés en los deportes extremos.
Pero se trataba de la compañía que había fundado su abuelo, a la que sus padres habían dedicado todo su amor y en la que se habían embarcado cuando casi nadie conocía el deporte de aventura y aún menos creía en su rentabilidad.
Se enfureció. Iban a vender Aventureros Intrépidos a Fernando, el hombre al que consideraban su hijo y heredero.
Ya de pequeño le había robado una porción del afecto de sus padres. En el futuro se quedaría con su empresa. La empresa familiar.
Leticia lo miró con ojos llenos de furia, y al ver que él miraba al techo se volvió hacia sus padres.
—¿Cómo? —preguntó, como si necesitara confirmar lo que acababa de oír— ¿Van a venderle Aventureros Intrépidos a Fernando?
Su tono vehemente pareció sorprender a sus padres.
—Sabías que en algún momento tendríamos que venderla. —dijo su madre— Y a ti nunca te ha interesado.
No, claro. Ella no era Fernando. No era valiente y fuerte, ni le gustaba imitar a Indiana Jones. Pero la compañía le correspondía por derecho de nacimiento a ella, no a Fernando.
— ¿Por qué no? —exclamó– Debería quedármela yo. Debe permanecer en la familia.
—Leticia, —dijo su padre, dándole una palmadita en el brazo— no te preocupes. No queremos que te sacrifiques. Nunca te ha gustado el deporte, y con Fernando estará en buenas manos.
—¿De qué estás hablando? Es cierto que no soy una aventurera, pero llevar una empresa requiere trabajo administrativo. Y en eso soy excelente.
—Leticia, esta compañía requiere un espíritu que tú no tienes. —intervino su padre— Fue el sueño de tu abuelo. No es sólo una empresa, sino una filosofía, una visión.
—¡Exacto! Fue el sueño de mi abuelo. Debe quedar en la familia. Si ustedes se retiran  entonces debo dirigirla yo. Puede que necesite un poco de ayuda para empezar, pero sé que puedo hacerlo.
Su padre sacudió la cabeza.
–No, Leticia.
–¿Por qué?
—Debe dirigirla un aventurero. —su padre buscó la mirada de su madre— Si no, le faltaría alma.
—¿Y Fernando va a proporcionársela?
—Sí.
—¿Qué puede darle él que yo no tenga? —y antes de que sus padre pudieran enumerar las cualidades de Fernando, continuó— No niego que sea un adicto a la adrenalina y un verdadero aventurero, pero eso no tiene nada que ver con que sea un buen administrador.
—Escucha, Leticia…
Leticia se sentó en una banqueta y se cruzó de brazos. Dejarse llevar por una pataleta no iba a apoyar su causa.
—Escucho.
—Estamos programando las actividades del próximo verano, y ya sabes que siempre las hemos puesto en práctica antes de incluirlas en el programa. —dijo Erasmo— Pero esta vez no puedo hacerlo porque el médico me lo ha prohibido.
¿El médico? Leticia lo miró boquiabierta.

 

 

CAPÍTULO 5

 

—Papá…
Erasmo alzó una mano con gesto irritado.
—No te preocupes Lety, no es nada serio. Tengo la presión alta y la medicina que me recetó no me hace mucho efecto, así que me ha pedido que vaya con cuidado.
—Y en este negocio eso es imposible. —añadio Julieta— Por eso decidimos vender, aunque nos pese. –dedicó una sonrisa a su marido— A partir de ahora no habrán más aventuras y tendremos que conformarnos con irnos a un crucero.
—¿Por qué no me lo habían dicho? —dijo Leticia, al tiempo que pensaba en que debía haberse dado cuenta de que algo iba  mal— Papa… no sabía…
—No estoy enfermo. —a su padre nunca le gustado que se preocuparan por él— Sólo tengo que cuidarme un poco.
Leticia estaba segura de que no sería tan sencillo. El negocio era su trabajo y su vida. Y puesto que ella aún no les había dado ningún nieto, no tendrían en qué ocupar su tiempo libre.
Un espantoso sentimiento de culpa la invadió.
—¿Cuándo tomaron esta decisión? —preguntó, haciendo un ademán hacia Fernando— Aunque claro que a él sí se lo habían contado.
—No queríamos preocuparte. –dijo Julieta con dulzura— No tenía caso contártelo hasta que todo estuviera arreglado. Y teníamos planeado decírtelo esta noche, después de la cena.
—¡Maldita sea! –Leticia dio un puntapié al suelo, molesta porque no sólo estaban confiando su negocio a Fernando sino que él había sabido antes que ella los problemas de salud de su padre.
—¿Qué te pasa, Leticia? —preguntó Erasmo— Nunca te has interesado en el negocio. Siempre lo has odiarlo. Es imposible que quieras dedicarte a él.
—¡Pues sí quiero!
—¡No es verdad! —respondieron los otros tres al unísono.
Leticia eligió volcar su ira en Fernando.
—¡Tú no tienes ni idea de lo que quiero!
—Esta es la mejor solución. —dijo Julieta, conciliadora— Fernando está dispuesto a tomar el mando y a nosotros nos alegra no tener que venderla a un desconocido. —dio una palmada a Leticia en el hombro— La compañía vale bastante dinero y habíamos pensado darte tu parte para que pudieras dedicarte a tus libros sin pasar apuros económicos.
¿Y se suponía que eso debía alegrarla?
—¿Qué?
—¿No te parece maravilloso? —el rostro de su madre se iluminó— Puedes dejar la biblioteca y entregarte en cuerpo y alma a tu obra. Es lo mejor para todos.
—No necesito de su  caridad. —gritó Leticia— Y sé que al abuelo no le gustaría que Aventureros Intrépidos acabara en manos de… —hizo un ademán hacia Fernando— un desconocido.
¿Qué más pensaba robarle Fernando? ¿El afecto de sus padres? Leticia se mordió el labio. Sabía que es tuba actuando de forma melodramática pero la situación le parecía suficientemente seria.
Su madre pidió disculpas a Fernando con la mirada.
—Sabes que no habla en serio, Fernando. Siempre has sido parte de la familia. —miró con severidad a Leticia— Y si hemos de vender compañía, queremos que quede en sus manos.
—¡Pues no la vendan! —sus padres la miraron y Leticia pensó que empezaban a tomarla en serio— Sé que podría dirigirla yo. Tienen que darme una oportunidad.
—Será mejor que me vaya. –dijo Fernando— Esta es una discusión familiar.
—¡No! –dijo Erasmo— Como ha dicho Julieta, aunque Leticia no quiera reconocerlo formas parte de la familia. —chasqueó los dedos y sonrió. Leticia espero con horror lo que imaginaba que iba a añadir— Y esa sería la solución perfecta. ¿Por qué no se casan? Y así, de paso podrían darnos nietos.

 

 

CAPÍTULO 6

 

Su padre y su sentido de la oportunidad para los chistes… Leticia puso los ojos en blanco. Fernando se limitó a sonreír
—Muy gracioso, papá.
—Tenía que intentarlo. —Erasmo dejó escapar una risita— Pero lo hecho, hecho está. Y Fernando se va a quedar con la compañía.
Leticia intentó pensar en algo con desesperación.
—¿Quieres decir que la compra es ya oficial?
—Todavía no. Fernando ha empezado a trabajar para nosotros pero todavía hay que hacer un montón de papeleo.
—Me alegro —Leticia tomó aire como si fuera a tirarse al agua. No le quedaba otra solución.
—¿Por qué te alegras?
Aunque Fernando había hecho la pregunta, Leticia respondió a sus padres.
—Porque voy a demostrarles que no necesitan a Fernando y que yo también tengo espíritu de aventura.
Su padre suspiró.
—¿Y cómo vas a conseguirlo?
—¿Cómo se llama su mejor instructor?
—¡Leticia! —su madre la miró asustada— ¿Qué piensas hacer?
—Ejercitarme en todos los deportes extremos: paracaidismo, descenso en canoa, puenting, ala delta… lo que haga falta.
Se produjo un silencio sepulcral.
—¿Leticia?
La voz de Fernando le llegó a través de una niebla mental. ¿De verdad había salido de su boca esa propuesta? ¿Ella, que tenía miedo hasta de una montaña rusa? Y lo peor era que estaba dispuesta a cumplirla.
—¿Leticia? —repitió Fernando. Su tono reflejaba el mismo temor que ella sentía en su interior— ¿Vas a tirarte en paracaídas y bajar en canoa? —soltó una carcajada— Supongo que es una broma.
Claro, eso le impediría .quedarse con la empresa familiar y de paso, robarle a sus padres.
Leticia se irguió con determinación.
—Si es lo que tengo que hacer para conservar la compañía de mi abuelo, lo haré. —miró a los tres y añadió— Denme un mes y se los demostraré.
—iLeticia!
No esperó a que su madre hablara. Había llegado el momento de cambiar de tema. Se puso de pie.
—Supongo que en el refrigerador hay guardado un pastel de cumpleaños. ¿Qué te parece si lo sacamos?

 

 

CAPÍTULO 7

 

Fernando pensaba marcharse lo antes posible pero Leticia se le adelantó. Tras partir el pastel, dio un beso a sus padres y se fue sin ni siquiera decirle adiós.
La casa quedó en completo silencio y Fernando miró a Julieta y a Erasmo sin saber qué decir.
Habían llegado a un acuerdo. Llevaba varios meses dedicándose a Aventureros Intrépidos y estaba organizando su futuro en torno a aquel plan. ¿Qué iba a pasar a partir de entonces?
Comprendía a Leticia. Aunque nunca había pensado que pudiera interesarle el negocio, tampoco se le había pasado por la cabeza que sus padres no la hubieran informado de la transacción y, mucho menos, del estado de salud de su padre.
—Puede que me equivoque pero…
—No te preocupes. —dijo Erasmo— Tenemos un acuerdo y Aventureros Intrépidos será tuyo.
—Erasmo, acabas de decirle a Leticia que si supera la prueba, podrá quedarse con la compañía.
Erasmo sonrió.
—¿De verdad?
Fernando sacudió la cabeza.
—Eso fue lo que entendí.
Erasmo alzó un dedo con expresión satisfecha.
—Siempre hay que leer la letra pequeña, Fernando. Esa es una lección muy importante en lo que atañe a los negocios.
—¿Qué letra pequeña?
—Lo que le he dicho es que la compañía debe ser dirigida por un aventurero, y ella no lo es. Leticia ha dicho que nos lo iba a demostrar. —se encogió de hombros como si llegara a una conclusión lógica— Pero yo no he dicho que se quedaría con ella.
—¡Pero has dejado que lo asuma!
—Precisamente. ¿Puedes imaginarte Aventureros Intrépidos en manos de alguien que odia todo lo que hacemos? —Erasmo sacudió la cabeza— No lo conseguirá.
—Me sorprende que todavía no sepas lo testaruda y decidida que es tu hija —apuntó Fernando.
Erasmo dejó escapar una risa escéptica.
—¿De verdad te imaginas a Leticia tirándose en caída libre?
Fernando recordó el pálido rostro de Leticia el día que le había confesado que odiaba las actividades de aventura. A pesar de su temor, lo habría hecho si él no le hubiera echado una mano. Habría hecho cualquier cosa para conseguir la aprobación de sus padres.
—Sí, creo que lo haría si es por una causa en la que crea firmemente.
—Puede que haga una o dos cosas. Pero jamás superará todas las pruebas. Y menos en un solo mes. —Erasmo sacudió la cabeza— No lo conseguirá.
Tenía razón. Ni siquiera Fernando se sentía capaz de llevar a cabo todos los deportes que ofrecía Aventureros Intrépidos en tan breve espacio de tiempo.
—No te preocupes, Fernando. —Julieta le dio una palmadita tranquilizadora en la mano— Leticia entrará en razón y la compañía será tuya. Es la mejor solución.
—¿Cómo puede ser una buena solución que su hija pase un mes aterrorizada para nada?
La pareja intercambió una mirada de complicidad.
—Es el camino menos traumático —explicó Julieta.
Fernando pestañeó desconcertado.
—¿Menos traumático para quién? —desde luego no para Leticia.
—Leticia es una mujer maravillosa. —dijo Erasmo— Es encantadora, inteligente y capaz. Estamos muy orgullosos de ella.
Fernando se preguntó si le habían dicho eso mismo a ella alguna vez. Tenía la sensación de que Leticia necesitaba saberlo.
—Pero no tiene espíritu de aventura. —continuó Erasmo— Y tú sí.

 

 

CAPÍTULO 8

 

Fernando no replicó. Necesitaba pensar. No había previsto aquel problema. Se masajeó las sienes, preguntándose si no debía irse y establecer su propio negocio de aventura en otra parte. Pero no podía. Paula y Jaimito lo necesitaban. Respiró hondo. Aunque la situación le producía cierta claustrofobia, era una decisión tomada y de la que no pensaba arrepentirse.
Pero si eso significaba que no podría seguir viajando, debía estar seguro de no estar cometiendo un error. Y no podía tener a Leticia en su contra.
—¿No te das cuenta, Fernando? —dijo Julieta— Ella misma se va a dar cuenta de que no está hecha para esto. —sonrió. Erasmo y ella parecían encantados con la situación— Acabará por suplicarte que te quedes con la compañía en lugar de odiarnos a todos.
Tenían parte de razón. Era extraño que Leticia mostrara interés en algo que siempre había evitado.
Pero él creía saber el porqué. La mirada de odio que le había dirigido al recibir la noticia le había dado la pista. Leticia no quería que fuera él quien se quedara con el negocio.
A lo largo de los años había percibido sus celos por la atención que sus padres le dedicaban, y aunque en muchas otras no parecía haberle importado, sino todo lo contrario, lo cierto era que en aquella ocasión se trataba de su herencia familiar.
Y se la vendían a él sin tan siquiera contárselo a ella.
Tenía la impresión de que Leticia no habría protestado si se la hubieran vendido a un desconocido.
Fernando se cruzó de brazos y los miró con expresión severa.
—¿Y si no se echa atrás?
Erasmo se encogió de hombros.
—No pienso perder el tiempo planteándome esa posibilidad. No va a suceder.
Fernando se despidió poco después y condujo contrariado hacia la oficina que compartía con su socio. Cuanto más lo pensaba, más absurda le parecía la reacción de Leticia. Pero estaba acostumbrado a que las cosas siempre se complicaran.
Tenía las mejores intenciones. Su hermana Paula María ya había sufrido mucho, primero con el diagnóstico de Jaimito, después al ser abandonada por su marido. Lo necesitaba. Y por eso había vuelto a casa. La oferta de los padres de Leticia había sido una bendición y la solución perfecta para ambas partes. Pero en ningún momento se había planteado que su amiga de infancia intentara vetar la operación.
La oficina que su socio y él habían alquilado estaba llena de cosas. Omar seguía trabajando. Tenía encendidas dos computadoras y material informático regado por todas partes, ya que estaba diseñando un programa interactivo para que los clientes pudieran personalizar sus vacaciones. Querían que Aventureros Intrépidos entrara en el siglo XXI.
—Tenemos un problema —dijo Fernando, retirando unos cds del sofá para poder sentarse.
—¿Qué sucede? —preguntó Omar, sin apartar la mirada del monitor.
—La heredera de Aventureros Intrépidos quiere quedarse con la compañía.
—¿Te refieres a Leticia? —dijo Omar, levantando la vista.
Fernando frunció el ceño.
—¿Cómo sabes que se llama Leticia?
Omar se encogió de hombros.
—Ya me has hablado antes de esa chica morena y de ojos marrones a la que considerabas como una hermana hasta el día que intentó seducirte antes de tu primer viaje a Nepal.

 

 

CAPÍTULO 9

 

Fernando lo miró con el ceño fruncido.
—No deberías recordar las cosas que te cuento cuando he bebido. Sí, esa es Leticia. La que odia las aventuras.
—¿Y entonces por qué quiere Aventureros Intrépidos?
—No quiere que salga de la familia. –dijo Fernando, encogiéndose de hombros— O mejor dicho: no quiere que yo me quede con la compañía.
—¡El infierno no es nada comparado con una mujer humillada!
Fernando gruñó.
—Por favor, no cites a Shakespeare. —dijo, al tiempo que trataba en vano de ignorar el recuerdo de sus labios unidos a los de Leticia. No había sido más que un leve roce, pero por alguna extraña razón su cerebro había decidido guardar aquel recuerdo para siempre— Además, no la humillé. Sólo era una niña.
—¿Y qué piensas hacer para que tu Leticia no nos cause problemas?
—No es mi Leticia. Y no creo que llegue a ser un serio problema.
Omar se relajó.
—Entonces no tenemos de qué preocuparnos.
—No estoy tan seguro.
Omar emitió un gruñido de frustración.
—¿Te importaría aclararte en lugar de darme información contradictoria?
—Leticia quiere demostrar que puede ser una aventurera y así quedarse con la compañía.
Omar lo miró horrorizado.
—¿Y si lo consigue?
Fernando se apoyó en el respaldo y cerró los ojos. El plan de Erasmo seguía sin gustarle.
—Sus padres están convencidos de que no lo conseguirá.
Omar dejó escapar una risita y volvió la atención a la pantalla.
—Entonces no hay problema.
—Supongo que no —susurró Fernando. Omar tenía razón. Se quedarían con Aventureros Intrépidos. Pero no le parecía bien que Erasmo y Julieta engañaran a Leticia, y menos aún haberse convertido en su cómplice.
¿Qué pasaría si Leticia tenía éxito?
Fernando miró por la ventana con preocupación. Sabía que, aunque Leticia pasara la prueba, sus padres no le darían la compañía. Ellos querían que la dirigiera alguien con espíritu de aventura, por lo que ella no era la persona adecuada. Hiciera lo que hiciera, acabaría sufriendo. E incluso si sus padres aceptaban entregarle Aventureros Intrépidos estaría atrapada en un trabajo que en el fondo le espantaba.
Tal vez Julieta y Erasmo tenían razón. La única manera de que las cosas salieran como debían ser era dejar que Leticia lo intentara… y que fracasara, para que ella misma se diera cuenta de que no estaba hecha para Aventureros Intrépidos.
Pero ¿y si no llegaba a esa conclusión? ¿Y si arruinaba los planes de todos por su terquedad?
«¿Cómo se llama su mejor instructor?», había preguntado hacía unas horas.
Fernando rió entre dientes y Omar lo miró con curiosidad.
Acababa de pensar en el candidato perfecto. Si Leticia quería aventuras, él mismo se las daría.

 

 

CAPÍTULO 10

 

¡Vaya cumpleaños!
No es que esperara nada especial. De hecho, se habría conformado con una celebración igual a la de todos los años: una tranquila cena familiar y de regalo, la biografía de algún explorador.
El regalo no había fallado. Pero la cena tranquila…
Afortunadamente su compañera de piso, Carolina, todavía estaba levantaba. Leticia necesitaba desahogarse con alguien antes de ir a la cama.
También esperaban despiertos sus dos gatos, Moty y Ángel, que añadían un toque de color a su vida gris y monótona.
—¡Hola! — Saludó Carolina desde el salón— ¿Qué tal la cena? ¿Te han hecho un regalo?
¡Y qué regalo!
—Sí. —dijo Leticia— Un hombre espectacular envuelto en papel de colores.
Carolina saltó del sofá y apareció en la puerta con los ojos abiertos como platos.
—¿Quieres decir que tus padres han contratado a un gigoló?
Leticia soltó una carcajada.
—No. Han invitado a un amigo de la familia al que se llevan refiriendo como mi futuro marido desde que tengo dos años.
—¿Y es guapo?
—…y le han ofrecido la empresa.  ¿Te lo puedes creer?
Carolina la observó por unos instantes.
—Veo que no te hace feliz.
—Claro que no. Es la compañía que fundó mi abuelo, es su sueño. No puede pasar a manos de un desconocido.
Carolina pestañeó.
—Pero si tú nunca has mostrado el menor interés por el negocio de aventuras.
Leticia se puso en jarras.
—Caro, ¿de qué lado estás?
—Perdona. ¿Por qué no me cuentas algo más del hombre en cuestión?
Leticia se encogió de hombros.
—No es nadie especial. De pequeños jugábamos juntos y mamá siempre ha querido casarnos.
—Y crees que tus padres han planeado cederle el negocio para conseguir que eso suceda?
Leticia se sirvió una taza de café y se sentó en el sofá.
—Son anticuados, pero no tanto. Además, no atarían a su adorado Fernando a Doña Aburrida.
—¿Quieres dejar de referirte a ti misma como una aburrida? Todo el mundo lo sería de acuerdo a tu definición. Incluida yo.
—Perdón. Me refiero a que Fernando necesita a alguien que quiera subir al Everest y luego hacer el descenso en caída libre.
—¿Es mi imaginación o lo dices con cierta tristeza?
Leticia dio un sorbo al café con expresión abstraída.
— ¿Sabes? Una vez lo besé.
Carolina pareció súbitamente mucho más interesada en el tema.
—¿Y…? —se sentó a su lado con cara expectante.
Leticia dejó el vaso sobre la mesa y, reclinándose en el respaldo, miró al techo.
—Estaba a punto de cumplir dieciocho años. —explicó— Fernando se marchaba a Nepal y no iba a verlo  en un par de años. Creí que la vida perdería sentido  y decidí declararle mi amor.
—¿Lo amabas?
—De la forma en que puede amar una niña. Hacía tiempo que sólo lo veía un par de veces al año.
Carolina, se revolvió nerviosa.
—¿Y qué pasó?

 

 

CAPÍTULO 11

 

Leticia hizo una mueca. El recuerdo había permanecido en su mente con total nitidez, pero expresarlo con palabras la avergonzaba.
—¿De verdad tengo que contártelo?
Carolina se acomodó en un almohadón.
—No puedes dejarlo justo cuando la historia empieza ponerse interesante.
Leticia tomó aire y continuó:
—Está bien. Tomé la decisión de declararme con la esperanza de que él se diera cuenta de que también me amaba y de que no podía vivir sin mí. —alzó un dedo amenazador hacia Carolina— No se te ocurra reírte.
Su amiga se tapó la boca con la mano y sacudió la cabeza con fuerza.
—Así que —siguió Leticia— una noche que él y sus padres cenaban en mi casa, busqué una excusa para que saliera conmigo al jardín.
¡Había sido tan inocente que casi sentía ganas de reír ella misma!
—Lo tenía todo planeado. Era una tarde de primavera y flotaba en el aire el perfume de las flores…
Una suave brisa alborotaba el cabello de Fernando despertando en ella el deseo de acariciarlo. Él miraba a su alrededor sin comprender por qué le había hecho dejar la mesa y seguirla al jardín.
—¿Y…?
Leticia se mordió el labio sin saber si reír o indignarse por su comportamiento de adolescente.
—Empecé a decirle que estaba loca por él y que no podía dejarme, que seríamos felices… Pero, afortunadamente, no conseguí articular palabra.
Carolina la miró desilusionada.
—Así que hice lo único que se me ocurrió en ese momento.
Carolina se tapó los ojos.
—¿Ahora viene lo bueno?
Leticia hizo una mueca.
—Así es. Me eché sobre él y lo besé.
Carolina dio un gritito histérico.
—¿Y qué pasó?
—Me lo devolvió… durante una fracción de segundo. Pero aun así, creí que me había muerto y que había despertado en el cielo. —Leticia se cubrió el rostro con la mano— Después me dio un empujón y me gritó, diciendo que no era más que una cría y que qué creía que estaba haciendo. Luego entró en casa a grandes zancadas sin darme tiempo a que le declarara mi amor eterno.
Carolina estaba riéndose y Leticia no la culpaba. Pero en el momento no le había hecho gracia.
—No fui capaz de entrar en casa hasta que se marcharon, así que no volvimos a vernos hasta dos años después, y él nunca ha hecho referencia a ello. —gimió— Siempre he confiado que le resultara lo suficientemente traumático como para que su memoria lo haya borrado.
—Lo dudo. ¿Y qué sientes por él ahora?
Leticia no sabía hasta qué punto debía expresar sus sentimientos.
—De esto hace una eternidad, Carolina. Me resulta indiferente.
—¿Estás segura? —Carolina sonrió con malicia.
—Deja de portarte como una niña. Ya tengo bastantes aventureros en mi vida con mis padres.
Carolina se puso seria.
—¿Y qué va a pasar ahora? ¿Va a comprar la compañía?
Leticia sacudió la cabeza violentamente.
—Eso es lo que cree, pero no pienso consentirlo.
Carolina arrugó la nariz.
—¿Has convencido a tus padres para que no vendan?
—Algo así.
—¿Algo así…?
Leticia respiró hondo.
—Dicen que la empresa debe estar en manos de un aventurero, alguien capaz de realizar todas las actividades y que conozca el mundo del deporte extremo de primera mano. Así que…
Carolina abrió los ojos desmesuradamente.
—¡Oh, no…! ¿No pensarás…?
—Sí.

 

 

CAPÍTULO 12

 

Carolina sabía el pánico que Leticia había sentido en su infancia y su adolescencia. Y el alivio que había significado contárselo a sus padres.
— ¿Y qué tienes que hacer? ¿Tirarte de un bungee o algo así?
Leticia se acabó el café.
—Tengo que pasar por todas las actividades.
—No puedes estar hablando en serio. Tienes vértigo, odias las montañas rusas, ni siquiera…
Leticia asintió.
—…me gusta subirme al carrusel. Lo sé. Yo misma te he hablado de eso, pero esa es la única manera de convencer a mis padres de que puedo dirigir Aventureros Intrépidos.
—Pero si te quedas con la compañía, tendrás que hacer esas cosas regularmente. Sería como volver al infierno de tu infancia.
Leticia había evitado pensar en el futuro y estaba decidida a no hacerlo. Lo primero era lo primero: evitar la venta.
—Ya veremos. Ahora tengo que demostrar que soy capaz de sacrificarme por la compañía. Puede que cuando vean que soy capaz de lo que haga falta, me dejen alquilar un par de «espíritus».
—¿«Espíritus»? ¿Qué quieres decir?
Leticia suspiró. A veces sus padres eran tan… nueva era.
—Están obsesionados con que Aventureros intrépidos sólo puede funcionar con alguien con espíritu de aventura.
—¿Y no tienen razón?
—¿Te importaría estar de mi lado, Carolina?
—Perdona. Ya veo que no ha sido el mejor cumpleaños de tu vida.
—Al menos ha pasado algo bueno. —Leticia se animó al tiempo que miraba a su alrededor para buscar un cuaderno. Como las dos eran artistas siempre había uno a la mano— el príncipe Diego ya tiene rostro. Fernando es el modelo perfecto.
—Menos mal. Creía que no lo conseguirías.
Leticia dibujó una sonrisa y unas cejas fruncidas.
—Espero poder entregarlo a tiempo.
—¿Va a posar para ti o vas a hacerlo de memoria?
Leticia no estaba dispuesta a pedir a Fernando que posara para ella. Sacudió la cabeza al tiempo que trataba de plasmar en el papel su expresión maliciosa y pícara.
—Tendré que arreglármelas sola. Y tal vez pueda robarme alguna foto de casa de mis padres.
Leticia siempre prefería usar modelos para dibujar a sus personajes. Le gustaba captar sus rasgos característicos y luego transformarlos hasta hacerlos irreconocibles. Pero necesitaba algo que sólo encontraba en las personas de carne y hueso.
Quizá su espíritu.
Aventureros Intrépidos necesitaba espíritu y sus dibujos también.
Miró el príncipe Diego que acababa de esbozar y suspiró desconsolada. ¿Por qué su travieso personaje tenía que parecerse a Fernando?

 

 

CAPÍTULO 13

 

Leticia se despertó al día siguiente con un espantoso dolor de cabeza. A medida que se le despejaba la mente comprendió la causa. No era el alcohol, puesto que no había probado ni una gota. Su origen estaba en algo mucho peor: se había comprometido a convertirse en una aventurera de los pies a la cabeza, y lo hizo completamente sobria.
Hasta había decidido cuál sería su primera prueba: el salto en paracaídas.
Se dejaría caer entre las nubes, desde miles de metros de altura. Y caería, caería, caería…
Abrazó el edredón con fuerza alrededor de su cuerpo, al tiempo que apretaba los ojos cerrados. Sólo imaginarlo le daba vértigo.
Y eso sólo sería el inicio. Después se sucederían todo tipo de deportes de riesgo. La noche anterior había tomado un folleto de Aventureros intrépidos porque ni siquiera sabía cuántas actividades ofrecían. Pero lo había guardado en su bolsa sin tan siquiera mirarlo.
«Tranquilízate» se dijo. «Puedes hacerlo. Paso a paso».
No podía haber nada peor que el paracaidismo. ¿O sí?
Escondió la cabeza bajo la almohada y gimió. Estaba segura de que sí. Decenas de actividades. Y tendría que llevar a cabo todas ellas.
Debía de estar loca. Iba a visitar el infierno por un objetivo que ni siquiera le interesaba. Su meta en la vida no podía estar más alejada de la dirección de una empresa de aventuras.
Pero se trataba de una cuestión de lealtad familiar. Y de conseguir el respeto de sus padres.
Salió de debajo de las sábanas y se apoyó en la cabecera. Lo peor de todo era que quisieran que pasara a manos de Fernando. Fernando, el hijo que siempre habían deseado tener y que, al contrario que ella, compartía con ellos el espíritu de aventura.
Frunció el ceño al darse cuenta de que el impulso que la movía eran los viejos celos de infancia. Debía superar aquella neurosis. ¿Qué más daba la identidad del comprador? La compañía pertenecía a sus padres y tenían todo el derecho a hacer con ella lo que quisieran. Si decidían que la heredara Fernando, ¿quién era ella para impedirlo?
Se destapó y alargó la mano hacia la bata. Daba lo mismo cuáles fueran las razones de su comportamiento. La cuestión era que había dicho que lo haría y ya no había marcha atrás. La palabra «abandonar» no formaba parte de su vocabulario.
Carolina llamó a la puerta con los nudillos y entró con una taza de café humeante.
—Buenos días.
—Buenos días. ¿Por qué me trajiste el café a la cama? ¿Acaso dañaste alguno de mis dibujos?
Carolina parecía preocupada.
—Supongo que hoy ves las cosas con mayor claridad. —dijo, con ansiedad— No pensarás seguir adelante con tu plan.
Leticia hizo una mueca.
—Me temo que sí.
—¿Hablas en serio?
Leticia dio un largo trago al café.
—En serio. ¿Quieres acompañarme? Podríamos tirarnos en paracaídas de la mano.
—No, gracias. Prefiero mirar desde tierra y llevarte flores al hospital.

 

 

CAPÍTULO 14

 

Leticia gruñó.
—Si el paracaídas no se abre, no hará falta.
—Entonces las llevaré a tu tumba.
—¡Carolina, no tiene gracia! —Leticia se estremeció.
—Es humor negro. Lo utilizan los grandes aventureros como mecanismo de defensa para superar el miedo. Tendrás que acostumbrarte.
—¿Ah, sí? ¿Y qué sabes tú de aventuras? Carolina levantó la biografía que Leticia tenía en la mesa.
—Yo nada. Tú al menos sabes la teoría.
Leticia hizo su rutina matutina mecánicamente y caminó como una autómata desde el coche hasta la biblioteca, mirando constantemente al cielo como si esperar a que una bomba pudiera caer en cualquier momento.
Pero la que iba a caer del cielo era ella. Y muy pronto. ¿Cómo iba a poder superar el miedo?
Tenía que llamar a sus padres para que le dijeran quién sería su instructor. Necesitaba uno que estuviera acostumbrado a tratar con clientes histéricos.
Ya que era viernes, le quedaban un par de días de respiro. No tendría que empezar hasta el lunes.
Afortunadamente, era el día del cuentacuentos y eso la mantendría distraída. Era su momento favorito de la semana. Especialmente desde que estaba leyendo a los niños el cuento del príncipe Diego. Y parecía encantarles.
Pero el príncipe era un problema. Tenía resueltos todos los demás personajes, pero Diego seguía teniendo rasgos difusos. Al haber descubierto su «espíritu» en Fernando confiaba en conseguir plasmarlo en papel. Sin embargo, los dibujos que había hecho la noche anterior mientras intentaba conciliar el sueño, no llegaban a gustarle.
Tal y como le había sugerido Carolina durante el desayuno, necesitaba que Fernando posara para ella, pero no estaba dispuesta a pedírselo.
Poco después de las doce sonó el teléfono y contestó mecánicamente mientras seguía dibujando a Diego/Fernando en el borde de un bloc de notas.
—Tenemos que hablar.
Leticia estuvo a punto de dejar caer el teléfono.
—¿Fernando? ¿Cómo has conseguido este número.
—Haciendo brujería —dijo él tras una pausa.
Leticia suspiró.
—De seguro te lo dieron mis padres. Me has tomado por sorpresa.
—¿Podemos vernos para tomar un café cuando salgas de trabajo?
Leticia frunció el ceño. Parecía más una orden que una pregunta.
—¿Por qué?
—¿Y por qué no?
Leticia golpeó con impaciencia el mostrador con el bolígrafo.
—La verdad es que no eres la persona a la que más me apetece ver en este momento.
Otra pausa prolongada hizo que Leticia se arrepintiera de lo que acababa de decir.
—Ya veo. —dijo Fernando— ¿Me has asignado el papel de malvado usurpador?
—No hace falta que te pongas sarcástico.
—¿Quedamos en el Starbucks de Insurgentes? Está cerca de la biblioteca.
—Sí, pero…
—¿A las cinco?
Leticia apretó los labios.
—Eres un mandón, Fernando.
—Está bien. Decide tú el sitio y la hora.
Leticia puso los ojos en blanco. Estaba claro que Fernando no quería darse cuenta de que la situación no tenía ninguna gracia. Nada la tendría hasta que Aventureros Intrépidos estuviera a salvo en sus manos.
—Está bien. En Starbucks a las cinco.

 

 

CAPÍTULO 15

 

Leticia salió de la biblioteca a las cinco y diez y chocó en la puerta contra él.
Fernando la miró sorprendido y se frotó el pecho en donde ella lo había golpeado con el hombro.
—¡Menudo golpe! —exclamó— ¿No será que estás enfada conmigo? —añadió burlonamente.
Leticia no se molestó en disculparse. Se suponía que Fernando estaba esperándola pacientemente en el café mientras ella retrasaba a propósito su llegada. Dio un paso atrás y le lanzó una mirada furibunda.
—¿Qué haces aquí?
Fernando pestañeó, poniendo cara inocente y Leticia no pudo evitar sonreír.
—Pretendía comportarme como un caballero y acompañarte hasta el café.
Leticia lo miró con desconfianza. Estaba segura de que, ante la duda de que faltara a la cita, había decidido llevarla a la fuerza. Cambió los libros de brazo al tiempo que ocultaba los títulos de la vista de Fernando.
—Si de verdad quieres ser un caballero sé lo que puedes hacer.
—Soy todo oídos.
—Di a mis padres que no quieres comprar la compañía.
—Eso es imposible. —dijo Fernando, sonando sinceramente apesadumbrado— Lo siento pero yo la necesito y ellos necesitan que alguien se quede con ella. El acuerdo es perfecto para ambas partes. Tú eres el único obstáculo.
Leticia arqueó una ceja.
—Pues si tú no te echas atrás y yo tampoco, sólo nos queda enfrentarnos.
Fernando sonrió con picardía al tiempo que metía las manos en los bolsillos.
—Eso parece.
—Entonces no tenemos nada más que hablar.
—Te equivocas. Tenemos mucho de qué hablar.
—¿Por ejemplo?
—Somos viejos amigos. Hay muchas cosas que me gustaría saber de ti. Y además… deja que te lleve los libros.
Leticia había pensado meterlos en su coche antes de ir al café. Y desde luego, no había previsto que Fernando los viera.
—No hace falta.
Demasiado tarde. Fernando se los había quitado de las manos… y estaba leyendo los títulos.
Leticia intentó quitárselos pero él los alejó de su alcance.
—Dámelos, Fernando! ¡Voy a dejarlos en el coche!
Fernando la sujetó por los hombros para impedirle acercarse, al tiempo que leía en voz alta. Leticia trató de quitárselos pero fue en vano.
—Vence tus fobias, Paracaidismo para cobardes, Tú y tu subconsciente: técnicas de autohipnosis.
Leticia consiguió arrebatárselos y los llevó al coche con paso firme. ¡Qué situación tan humillante! Fernando no tenía derecho a actuar de aquella manera.
—Sólo son para informarme —dijo, dejándolos en el asiento de adelante y cerrando la puerta con más fuerza de lo necesario. Fernando la había seguido pero al menos había tenido la cortesía de no hacer ningún comentario. Lo que no impedía que la estuviera mirando con una sonrisa de oreja a oreja.
—Vamos a tomar ese café. —dijo resignada— Necesito un poco de cafeína.
Caminó a grandes pasos pero Fernando, con sus largas piernas, se mantuvo a su lado sin dificultad.
—¿Estás decidida a hacerlo, Leticia?
La respuesta que debería haber salido de sus labios sin titubeos, «por supuesto», se le quedó atragantada en la garganta.

 

 

CAPÍTULO 16

 

Leticia tragó saliva. Sólo al pensar en saltar en paracaídas se le ponía la piel de gallina, y la risita de Fernando le  indicó que había notado su reacción. Sintió que no hacía más que darle armas para que él minara su confianza en sí misma, así que alzó la barbilla y sacó el pecho mientras aceleraba el paso. Ya estaban a punto de llegar al café. Un par de tazas y podría dominar la situación.
—Sí. Siento desilusionarte pero pienso seguir adelante. —dijo— Y sí, tengo miedo, no me da vergüenza admitirlo. Pero eso es lo de menos.
—Está bien.
—El temor no es más que un sentimiento y soy capaz de controlarlo. —continuó— He hecho unas cuantas cosas peligrosas en mi vida. En eso consiste el valor: en hacer las cosas a pesar de que te den miedo.
—¿Pero por qué quieres someterte a esta tortura? Reconoce que ni siquiera sientes un interés especial por Aventureros Intrépidos.
—No estoy dispuesta a que te quedes con el negocio de mi familia.
—No me lo quedo, lo compro —la corrigió Fernando.
—Ese es un detalle insignificante –dijo Leticia, a la vez que empujaba la puerta del café.
—Voy a pagar un buena suma por él. —añadió Fernando, dándole un golpecito en el hombro que la hizo vibrar por dentro— No me gusta que insinúes que quiero aprovecharme de tus padres.
—Está bien —admitió ella a regañadientes mientras buscaba con la mirada una mesa libre. Fernando tenía razón. La culpa de todo la tenían sus padres. Fernando no estaba siendo ni deshonesto ni manipulador. Eran ellos quienes no confiaban en ella para dirigir la compañía, ellos eran los que preferían a Fernando.
Y de nada de eso tenía él la culpa. Pero era mucho más fácil estar enojada con él que con ellos.
Pidieron en la barra y ocuparon una mesa junto a la ventana. Leticia sujetó la taza con ambas manos y el calor que le trasmitió la hizo sentirse mejor, a la vez que el prometedor aroma que le llegaba a la nariz la ayudaba a calmarse. Adoraba el café.
Alzó la vista y vio que Fernando la miraba fijamente. La temperatura de su cuerpo se elevó instantáneamente y de pronto recordó un atardecer de primavera, el olor de los arbustos en flor, una brisa suave… Y la sorprendente sensación de tener la cara de Fernando entre sus manos al tiempo que se ponía de puntillas para apretarse contra él y besarlo.
Deslizó la mirada a sus labios. El café ya no le resultó tan tentador. Quizá había cosas mejores.
Vio moverse los labios de Fernando a cámara lenta.
—Sé sincera conmigo, Leticia. ¿De verdad quieres Aventureros Intrépidos?
Leticia pestañeó confusa Por unos instantes no comprendió de qué le estaba hablando. De pronto volvió a la realidad y se juró no volver a fijarse en los labios de Fernando.
—¡Claro que sí!
—¿Por qué?
—Porque es la obra de mi abuelo y de mis padres. Forma parte de la historia de mi familia y yo no quiero que salga de ella.

 

 

CAPÍTULO 17

 

Fernando tamborileó los dedos sobre la mesa sin apartar la mirada de ella.
—Leticia, hace años que no formas parte de la compañía y ahora tienes una vida propia. —se inclinó hacia delante— ¿Qué vas a hacer con tus libros? Si tuvieras que ocuparte del negocio no tendrías tiempo para seguir escribiendo.
—No vas a conseguir convencerme. Haré lo que  haga falta para seguir escribiendo. Todo es cuestión de organizarse. También ahora trabajo en la biblioteca y ello no me ha impedido escribir.
—Llevar una compañía es muy distinto a. tener un trabajo de nueve a cinco, Leticia, especialmente si se trata de un negocio pequeño pero con mucha demanda. Es muy absorbente.
Fernando tenía razón. Demasiada.
Leticia frunció el ceño y movió la taza con un dedo mientras pensaba. Aventureros Intrépidos consumía el tiempo de sus padres. Y ellos eran dos. Y además, les gustaba lo que hacían.
Pero por otro lado, las cosas iban bien. Podría contratar a alguien. Quizá sus padres trabajaban tanto precisamente porque les gustaba, no porque no pudieran permitirse contar con ayuda. Delegar. Esa sería su táctica.
—A veces es horrible ser hija única. —murmuró, sin darse cuenta de que estaba pensando en voz alta— ¿Por qué no tengo un hermano temerario que pueda dirigirla?
Fernando se apoyó en el respaldo de su asiento y sonrió.
—¿Ves? Por fin has dicho la verdad.
Leticia suspiró.
—Fernando…
—No es verdad que quieras quedarte con la compañía.
—No he dicho eso.
—Lo haces por obligación. –le interrumpió él– Piensas que es tu deber aunque ni a ti te interese ni a tus padres les importe que deje de pertenecer a la familia. Lo que no comprendo es por qué te afecta tanto.
—No tengo por qué darte explicaciones. ¿Por qué no abres tu propia compañía?
—Era lo que pensaba hacer. —explicó Fernando— Pero no creo que haya mercado suficiente para dos empresas similares en esta zona. Y no quiero competir con Aventureros Intrépidos. —añadió con una sonrisa— Tendría que competir contigo.
—¿Y te da miedo? Puedes intentarlo. Si no tienes éxito, tendrás que marcharte a otra parte.
—¿Tantas ganas tienes de que me vaya?
—No tengo nada personal contra ti, Fernando. Es cuestión de negocios.
Él lanzó una carcajada que la hizo estremecer.

 

 

CAPÍTULO 18

 

Leticia bebió el resto del café de un trago. No comprendía por qué Fernando seguía teniendo aquel efecto sobre ella. Después de todo, lo suyo no había sido más que un enamoramiento de infancia. Pero por si acaso, debía evitar estar cerca de él. Tenía que volver a casa y dejar de imaginar cuánto le gustaría alargar la mano y acariciarle la cara, que él se girara para besarle la palma…
Leticia frenó esa línea de pensamiento y se dijo a sí misma que había llegado la hora de recobrar la serenidad.
—Ha sido muy agradable verte pero tengo que irme —dijo bruscamente
—¿Ya? ¿Qué prisa tienes? Pero si acabamos de llegar. Todavía tenemos mucho que hablar.
Fernando le había sujetado la muñeca. Su dedo pulgar le rozaba la parte interior y Leticia rezó para que no notara su pulso acelerado. Las piernas le temblaron.
Tiró del brazo para que la soltara y miró la hora en el reloj como si tuviera algo importante que hacer.
—No puede ser. Tengo que dar de comer a mi gato a las seis.
Dar de comer a su gato. ¿De dónde había salido aquella idea? Quizá de que acababa de preguntarse si el pelo de Fernando sería tan suave como el de un gato. Lo que confirmaba dos cosas: una, que llevaba demasiado tiempo sin pareja. Dos, que debía evitar a Fernando.
—¿Tienes un gato?
—Sí, tengo dos: Ángel y Moty. Vivo una vida apacible y aburrida con dos gatos y me encanta. ¿Te molesta?
Fernando esbozó una sonrisa.
—En absoluto.
—Me alegro.
—¿Y tienes que darles de comer ahora mismo?
—Sí.
Fernando miró el reloj.
—¿A las seis en punto?
—Sí —no valía la pena buscar una explicación que sólo complicaría las cosas aún más. Además, no tenía por qué contar más de lo imprescindible. Debería darle lo mismo lo que pensara. Punto.
Pero Fernando abrió la boca y ella, sin pensárselo, se adelantó:
—Es que Moty tiene diabetes y tiene que comer a sus horas para evitar que le baje el azúcar.
Leticia podía oír la carcajada de Carolina cuando se lo contara. ¿Volver a casa para alimentar a un gato diabético? Por algo escribía cuentos fantásticos.
—Comprendo. —dijo Fernando, con un brillo en los ojos que indicaba que sabía que mentía. Se puso en pie— Muy bien. Acabaremos esta conversación en tu casa.
«¿En tu casa? ¿dijo eso realmente?»
—Ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir. —dijo Leticia con firmeza— Tú quieres quedarte con la compañía y yo no voy a consentirlo. ¿De qué más tenemos que hablar?
Fernando la tomó de la mano y fue hacia la puerta.
—Lo primero es lo primero. Tenemos que ir a alimentar a tu gato.

 

 

CAPÍTULO 19

 

La situación empeoraba. La mano de Fernando resultaba áspera en comparación con la suya. ¿Lo notaría él?
«Leticia, ¡concéntrate!»
—Te advierto que tengo una compañera de piso —Leticia intentó sonar amenazadora, aunque la verdad era que no quería llevar a Fernando a su casa. Carolina era una romántica incurable y nunca se podía predecir cómo podía reaccionar.
–¿Y…?
Después de lo del gato diabético no era capaz de pensar en una excusa que pudiera resultar mínimamente convincente, así que suspiró ruidosamente y caminó junto a él.
Fernando se detuvo ante un coche más destartalado de lo que Leticia hubiera imaginado. Abrió la puerta y le indicó que entrara. Al ver que no lo hacía, preguntó:
—¿Qué pasa?
Leticia señaló hacia atrás.
—Tengo mi coche en el estacionamiento.
—Creía que tenías que ir a tu casa a toda velocidad para evitar que tu gato sufriera un bajón de azúcar.
Leticia asintió. No tenía escapatoria.
—Entonces será mejor que vayamos en el mío. —concluyó Fernando— En cuanto el gato esté a salvo te traeré a recoger el tuyo.
—Pero…
—¿Pasa algo? ¿Se trata de tu compañera de piso?
—Este… sí.
Fernando se cruzó de brazos. Una sonrisa burlona bailaba en sus labios.
—¿Qué le pasa? ¿No le gustan los hombres?
Leticia se dio por vencida y se metió en el coche, y Fernando se agachó para mirarla por la ventanilla. A aquella distancia, sus ojos parecían más oscuros y sus pestañas, abundantes y largas. No pudo evitar pensar en que esas eran las pestañas de su príncipe Diego. Y las tenía tan cerca que le habría gustado poder dibujarlas en ese mismo momento.
—¿Leticia? —Fernando la miró extrañado y agitó las manos frente a su rostro para llamar su atención.
Ella tragó saliva.
—¿Sí?
—Prometo portarme bien —dijo él, guiñándole un ojo.
La puerta se cerró y Leticia lo observó mientras rodeaba el coche para ocupar su lugar frente al volante.

 

 

CAPÍTULO 20

 

Claro que se portaría bien. Y ella también. Aunque no podía prometer que sus pensamientos la obedecieran.
La cuestión era, ¿qué tal se portaría Carolina?
Afortunadamente, al llegar descubrió que Carolina había salido.
—Como acabamos de tomar café no hace falta que te ofrezca otro. –dijo Leticia, arrebatándole su saco y depositándolo en una silla. Cuanto antes se fuera, mejor— ¿Qué es eso tan importante de lo que quieres hablar?
Fernando estaba recorriendo el apartamento con la mirada. Estaba relativamente en orden, excepto por una mesa en la que se amontonaba el material de dibujo.
—No esperaba visitas. –dijo ella a modo de excusa— Y además tengo un archivero en el que lo meto todo cuando viene alguien. Carolina también es artista.
—Algunas cosas no cambian nunca. –dijo Fernando pensativo— ¿Sigues siendo capaz de pasarte una hora delante del escaparate de una papelería?
—Desde luego.
—¿Y sigues hablando en sueños?
Leticia hizo una mueca.
—Eso no es de tu incumbencia.
—Recuerda que hemos compartido tienda de campaña. Eso crea un vínculo de intimidad para toda la vida.
—Vale. Siéntate ahí. Ahora mismo quito al gato… Ángel, ven aquí. —si se sentaba en aquella esquina, la ropa se le llenaría de pelos. Leticia sonrió con satisfacción mientras caminaba a la cocina, donde sirvió la comida a ambos felinos.
Al volver insistió:
—Vuelvo a preguntarte, ¿qué es eso tan urgente de lo que tenemos que hablar?
—De tu aventura.
—¿Qué pasa con mi aventura?
—Empezamos mañana.
«¿Empezamos?» Un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Perdón?
Fernando sonrió.
—Tu instructor personal…
No, no, no. Leticia no quería oírlo.
—¡No! —exclamó en voz alta.
Fernando siguió sonriendo.
—Precisamente. Soy yo.

 

 

CAPÍTULO 21

 

Tal y como había esperado, Leticia no reaccionó con entusiasmo a la noticia. Se quedó mirándolo con una mezcla de espanto y expectación, como si esperara que en cualquier momento le dijera que no era más que una broma.
Cuando vio que él no añadía nada, cambió el peso de pierna, se cruzó de brazos y agachó la cabeza. Era un gesto que Fernando conocía. Cuando era pequeña, solía anteceder a una rabieta.
—¡No! —gritó finalmente.
—Sí.
—¡No!
Se produjo una larga pausa.
—Le dijiste a tus padres que te buscaran el mejor instructor. —Fernando abrió los brazos y le guiñó un ojo— Has tenido la suerte de que me eligieran a mí.
Leticia entornó los ojos con suspicacia. Por algo lo conocía desde pequeña.
—¿Te han elegido o tú te has ofrecido voluntario?
Fernando reflexionó.
—Supongo que las dos cosas.
—¿Qué quieres decir?
—Yo me ofrecí y tu padre dijo que era la persona más adecuada.
—¿Pero no te das cuenta de que tenemos un conflicto de intereses? Tú quieres que yo fracase.
—Precisamente. Así tus padres pueden estar seguros de que no los engañas. A cualquier otro instructor lo desarmarías mirándolo con tus enormes ojos y él te trataría como a un bebé.
Un destello en los ojos de Leticia le indicó que a pesar de su enfado no había pasado por alto el piropo. Y no era una mentira. Años atrás, también había quedado hechizado por aquellos ojos y desde entonces no los había olvidado. Cada primavera los recordaba con especial intensidad.
—¡Maldita sea! —Leticia lo sacó de su ensoñación. Tenía los brazos en jarras y lo fulminaba con la mirada— Tú no puedes ser mi instructor, es absurdo.
—Pues es la verdad. Por el momento soy uno de los trabajadores de Aventureros Intrépidos y me han asignado esta tarea. —Fernando sacó un papel del bolsillo y se lo tendió— Tus padres y yo hemos organizado estas actividades.
Leticia le echó una ojeada y lo guardó en el bolsillo. Fernando arqueó una ceja.
—¿No vas a leerlo?
—Cuando vea a mi instructor.
—Lo siento. Las reglas las han establecido tus padres, así que será mejor que te hagas a la idea. —adoptó un tono profesional para desconcertarla y ocupar su mente en otros asuntos— ¿Has pensado qué prefieres hacer primero?
—Sí. Quiero tirarme en paracaídas.
Lo dijo con expresión serena, pero Fernando percibió un temblor en su voz.

 

 

CAPÍTULO 22

 

Fernando lanzó un silbido.
—¿De verdad? Pensaba que preferirías algo más… fácil.
—Si empiezo con lo más difícil, el resto me resultará más sencillo.
Fernando asintió.
—Tienes razón. Practicaremos algunos saltos en tierra, te explicaré la teoría y luego haremos un salto conjunto, ¿qué te parece?
—¿Salto conjunto?
—Sí, con un solo arnés. Tú sólo tendrás que mirar mientras yo hago todo el trabajo.
Vio que Leticia se dejaba caer bruscamente sobre un sofá como si las piernas le flaquearan, y sintió lástima por ella. No se merecía pasar por aquel sufrimiento.
Por eso mismo estaba él allí: para conseguir que se echara atrás lo antes posible. Leticia siempre había odiado las alturas. El paracaidismo era la peor actividad con la que empezar.
Y, por esa misma razón, que tuviera el coraje de querer enfrentarse a ella era de admirar. Fernando se sentó a su lado para consolarla. A Leticia siempre la habían impresionado los datos y las cifras. Quizá un poco de estadística le sentaría bien. Él había saltado unas trescientas veces sin haber sufrido nunca un accidente serio. Leticia no tenía nada que temer. Con él estaría a salvo.
¿Salto conjunto? Sólo de pensarlo tenía escalofríos. Su cerebro se olvidó del posible impacto de un choque contra el suelo y comenzó a pensar en otro tipo de «impactos». La imagen fue tan poderosa que le fallaron las rodillas y tuvo que sentarse.
Lo último que esperaba era que Fernando se sentara a su lado, le pasara el brazo por los hombros y le hablara con dulzura para tranquilizarla.
¿Cómo iba a imaginar él que en aquel momento no era miedo lo que sentía sino que estaba aturdida por los sensuales pensamientos que cruzaban su mente? Y entonces Fernando comenzó a juguetear con su cabello al tiempo que enumeraba un listado de cifras con las que pretendía calmarla.
Pero ella estaba demasiado distraída cómo para preocuparse por minucias como el salto en paracaídas, y la proximidad de Fernando estaba elevando la temperatura de sus pensamientos…
Un salto conjunto, sus dos cuerpos pegados centímetro a centímetro…
Sacudió la cabeza. Era evidente que tenía un espíritu mucho más aventurero de lo que había creído hasta ese momento…
—No —interrumpió el monólogo de Fernando. Pensó que debería sacudirse su brazo de los hombros… Lo haría en unos segundos.
—No, ¿qué?
—Que no quiero que me enseñes tú.
—¿Por qué?
—Entre otras cosas porque es lo que quieren mis padres.
—¿Me vas a rechazar sólo por llevarles la contraria? ¿No te parece un comportamiento un tanto inmaduro?
—¿No te das cuenta de lo que pretenden? Quieren que estemos juntos porque si nos casáramos matarían dos pájaros de un tiro. —Leticia sacudió la cabeza— Deberías tener cuidado. Si mi madre decide actuar de celestina no habrá quién la detenga.

 

 

CAPÍTULO 23

 

Fernando puso cara seria pero sus ojos brillaron con picardía.
—No te preocupes. Estás a salvo conmigo. Nunca me declaro a mis alumnas.
—Me alegro.
—Soy el mejor, Leticia.
«No lo dudo». Leticia empezaba a odiar a su voz interior.
—No vas a encontrar mejor profesor, te lo aseguro. —continuó él— Y dudo que tus padres te dejen en manos de otro.
Leticia gruñó. Sus padres y Fernando tenían la sartén por el mango porque estaban en su territorio, mientras que ella no era más que una intrusa. Pero en cambio sabía utilizar la palabra. Haría un último intento. Asumiría que tampoco a él le gustaba la idea.
—¿Por qué no les dices que no quieres perder el tiempo cuidando de mí? Eso solucionaría nuestro problema.
Un brillo en los ojos de Fernando acabó con sus esperanzas aún antes de que respondiera.
—No. Me han contratado para hacer esto y quiero hacerlo.
—¿Acaso quieres ser testigo de mi humillación?
Fernando la contempló con una media sonrisa.
—No es eso. Es más bien un impulso de protegerte como si fueras mi hermana pequeña.
—¿Hermana pequeña? ¡No digas tonterías!
También ella había intentado pensar en esos términos el día anterior. Pero los instantes que habían pasado juntos en el sofá le habían demostrado que ni ella lo consideraba su hermano ni tenía el menor deseo de que él pensara en ella como su «hermana pequeña». En realidad no quería que pensara en ella. Punto. La vida ya era bastante complicada.
Fernando sonrió.
—O a lo mejor no tiene nada que ver con ese sentimiento, no lo sé. Lo cierto es que no me agrada la idea de que hagas un salto conjunto con otro instructor…
Leticia se irguió como un resorte. ¿Por qué no?
—…alguien qué no esté lo bastante preparado.
Claro. Su preocupación era meramente práctica. Tampoco ella quería que la molestara que estuviera en contacto físico con otro hombre. Era evidente que sólo su mente calenturienta podía ver algo erótico en un salto conjunto.
Pero no podía dominar las imágenes que cruzaban su mente. Cerró los ojos. Quizá su cerebro pretendía distraer su atención para liberarla del miedo. Tal vez sus fantasías sólo eran un mecanismo de defensa y no tenían nada que ver con la sonrisa de Fernando ni con su voz aterciopelada que tenía el efecto de envolver su cerebro en una neblina que le impedía pensar.
Se aferraría a esa posibilidad.
—Hay un montón de instructores competentes. —dijo, malhumorada— No quiero que me ayude la persona que quiere robar la compañía de mi familia.

 

 

CAPÍTULO 24

 

—La voy a comprar. —la corrigió Fernando— Tus padres me han dicho que pensaban darte una proporción del dinero. Te aseguro que voy a pagarles una buena cantidad, y que podrás dedicarte de lleno a la escritura.
Leticia apretó los dientes. Estaba claro que Fernando y sus padres habían hablado mucho.
—Deja de soñar con la compañía. Pienso cumplir las estúpidas condiciones de mis padres y quedármela yo.
—¿Y después qué, Leticia? Tú misma has reconocido que no te interesa Aventureros Intrépidos.
Tenía razón. Ella sólo quería escribir y vivir aventuras a través de sus personajes de ficción.
Miró por la ventana. Unas gruesas nubes flotaban en el cielo. Se estremeció al imaginarse cayendo entre ellas, el ruido del paracaídas al abrirse, el viento helado envolviéndola…
—¿Qué pasa?
Fernando la estaba observando atentamente.
—Nada –dijo ella, sacudiendo la cabeza.
—Estás aterrorizada, Leticia.
—Claro que sí, ¡eso no es ninguna novedad! Pero lo superaré. He sacado un libro de la biblioteca, ¿recuerdas? —dijo airada— El primer capítulo se titula Todos vamos a morir y empieza: «Sólo es una broma». Así que no tengo nada que temer.
Fernando le tomo la mano. Su calidez hizo notar a Leticia que la suya estaba helada. Pero en cuestión de segundos le ardía como el resto de su cuerpo.
—Deja que te ayude –dijo él con dulzura.
Leticia se soltó bruscamente.
—Esta conversación se está volviendo repetitiva. Ya te he dicho que no. Estoy segura de que mis padres te liberarán de esta responsabilidad si hablamos con ellos.
—Soy el mejor.
Leticia soltó una risita.
—Me alegro de que estés tan seguro de ti mismo.
—Es un hecho, no una opinión. Soy el más experto y el mejor preparado. Conmigo no tendrás nada que temer.
—Quiero a otro —insistió ella. Cuanto antes desapareciera Fernando de su vida, mejor.
Él suspiró.
—Por favor, Leticia, deja que te ayude.
—¡Ni hablar! —dijo ella— Está claro que no estás acostumbrado a recibir negativas, así que tendrás que buscar la palabra «no» en el diccionario.
Fernando no pareció recibir el mensaje. En lugar de levantarse e irse, se puso a acariciar a Moty.
—Puedes negarte cuanto quieras, pero no tienes otra opción.
—¡Eso no es verdad!

 

 

CAPÍTULO 25

 

Fernando ladeó la cabeza con una sonrisa enigmática que puso a Leticia en guardia.
—Esto es por Nepal, ¿verdad?
—¿Nepal? ¿De qué estás hablando?
—Todavía te gusto, por eso no quieres estar conmigo.
Leticia creyó ahogarse. Respiró profundamente. ¡Qué arrogancia, qué engreimiento!
—¡Por supuesto que…!
Carolina eligió aquel instante para llegar con su habitual entusiasmo.
—¡Hola, ya estoy en casa! —gritó desde el vestíbulo. Después apareció en el umbral de la puerta y al ver a Fernando se quedó callada. Dedicó un guiño de aprobación a Leticia sin darse cuenta de que ésta estaba encolerizada y sonrió a Fernando— ¿Y tú quién eres?
Leticia dejó que se presentaran el uno al otro y que Carolina coqueteara  durante unos minutos antes de pedirle que la acompañara a la cocina.
—¡Compórtate! —la amonestó.
—Tenías razón. Es guapísimo. —susurró Carolina— Está para comérselo.
—¡Pero tú no puedes ni tocarlo!
Carolina puso cara de desilusión.
—¿Por qué?
—Porque es el enemigo y se supone que tú estás de mi lado.
—O a lo mejor porque lo quieres para ti.
—Eso no es verdad. Y baja la voz.
—Tranquila, no puede oírnos. Los gatos están ronroneando demasiado fuerte. ¿Por qué estás confraternizando con el enemigo? —Carolina le guiñó un ojo— Que conste que ahora que lo he visto, no me extraña. Es sólo curiosidad.
—¡Cállate! Mis padres me lo han asignado como instructor.
Carolina silbó.
—¡Qué suerte! Y seguro que tú te niegas.
—Por supuesto.
—¿Por qué? Recuerda que lo necesitas.
—¿Necesitarlo? —Leticia soltó una exclamación— ¿Por qué iba a necesitarlo?
—¿No tenías un problema con el príncipe Diego?
—Ah… Te refieres a eso.
—Precisamente. ¿No me dijiste ayer que era el modelo perfecto?
—Sí.
—¿Y esta mañana no has refunfuñado porque no te bastaba con dibujarlo de memoria?
—Sí.
—Pues necesitas a Fernando para hacer el retrato de Diego.
—En cierta medida…
Carolina tenía razón. Y tal vez si le pedía a Fernando que posara para ella a cambio de aceptar su ayuda como instructor le demostraría que no sentía un enamoramiento adolescente por él.

 

 

CAPÍTULO 26

 

Sin darse cuenta de que ya la había convencido, Carolina siguió argumentando.
—Piensa que ya va a llegar la fecha de entrega y no has conseguido dibujarlo. Así que no puedes perder más tiempo.
—Está bien.
Carolina chasqueo los dedos y sonrió satisfecha.
—Es la solución perfecta. Si aceptas su ayuda tendrás todo el tiempo que haga falta para dibujarlo. Y sólo a cambio de soportar su compañía durante unos días. No me parece tan difícil, la verdad.
Leticia intentó que sus instintos y su sentido común coincidieran. No quería estar cerca de Fernando pero Carolina tenía razón. Si no conseguía dibujar a Diego no iba a terminar el libro a tiempo para su publicación.
Después de todo, un escritor debía hacer ciertos sacrificios para plasmar a sus héroes en el papel.
—No sé… —musitó.
—¡Dale una oportunidad!
—Acabo de decirle de todas las maneras posibles que no pienso aceptar su ayuda.
Carolina la sujetó por los hombros y la miró fijamente antes de hacerle dar media vuelta y darle un pequeño empujón.
—Pues ya puedes ir ahora mismo a decirle que has cambiado de idea. Suplícale si es preciso. Un hombre como ése se lo merece. —asomó la cabeza por encima del hombro de Leticia y le guiñó un ojo— Yo me voy a mi recámara. Si no te basta con suplicar, puedes improvisar alguna otra cosa. No pienso salir de mi cuarto, así que te prometo no molestar.
—Carolina…
Su amiga se metió en su habitación con una risita y cerró la puerta con firmeza. Leticia suspiró hondo y volvió al salón.
Los dos gatos competían por el afecto de Fernando y él los acariciaba con sus fuertes y morenas manos. Leticia observó la escena fascinada. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo y tuvo que sacudir la cabeza para salir de su ensimismamiento. Lo único que le faltaba era sentir celos de sus mascotas.
—¿Haciendo amigos? —bromeó.
Vio con satisfacción que Fernando tenía la ropa llena de pelos y pensó que, con un poco de suerte, le atascarían la lavadora. Tendría que llamar a un plomero. O intentaría arreglarla él mismo. Se mojaría y la camiseta se le pegaría al cuerpo. En algún momento le desagradaría tanto la sensación que decidiría quitársela…
Fernando alzó la vista y Leticia tuvo que poner freno a sus pensamientos. No había nada sexy en una lavadora descompuesta. ¿O sí?
«Todavía te gusto…» Leticia volvió a exigir a su voz interna que guardara silencio.

 

 

CAPÍTULO 27

 

No era verdad. O quizá sí, pero iba a evitar que lo fuera con toda su alma. Sólo quedaba algún sentimiento residual que se ocuparía de apagar. Retazos de la infancia, sentimientos inmaduros. Pero ya no era una niña, sino una adulta.
—Les gusto a tus gatos. —estaba diciendo Fernando. Parecía haber renunciado a la estrategia ofensiva y aunque Leticia tenía ganas de dejarle claras algunas cosas, decidió no ser ella quien volviera a sacar el tema— Es raro porque no soy un amante de los felinos.
—Por eso mismo les gustas. —dijo ella, sentándose frente a él— Les gusta ser ellos quienes tomen  las decisiones.
—Pensé que eso era un mito.
—Pues es verdad. Cuando quieren que les haga caso, estropean mis dibujos. En cuanto les grito, empiezan a ronronear para que los perdone. A veces hasta consiguen que me disculpe por regañarlos. Pero si soy yo quien necesita un poco de afecto, jamás aparecen. Son unos egoístas.
Fernando intentó sacudirse pelos de la ropa pero se dio por vencido.
—Hablando de tus dibujos, ¿cuándo me vas a dejar verlos?
Leticia titubeó.
—Quizá más tarde.
Fernando sonrió y ella lo miró con suspicacia.
—Entonces, –dijo él con sorna— ¿has cambiado de opinión y vas a aceptarme como instructor?
Pasar al ataque era la única defensa posible.
—¿Nos has oído?
—Sí.
Leticia no podía interpretar la expresión de su rostro. ¿Cuánto habría oído? ¿Todo? ¿Parte?
—Al parecer, Carolina te encuentra atractivo.
—Sí. —por la sonrisa maliciosa de Fernando se preparó a escuchar que Carolina no era la única— Y me siento muy halagado. Pero lo más interesante es que sé que me necesitas.
—Eso no es verdad. Hay un montón de instructores…
—Me necesitas para que pose como modelo para tu personaje.
Así que lo había oído todo. A cambio, abandonaba el asunto de Nepal y ella ganaba un modelo de carne y hueso. Alzó las manos en el aire.
—De acuerdo. Tú ganas. Te necesito.
—Me encanta oírte decir eso, cariño.
—No seas sarcástico. Tú me tiras de un avión y yo te dibujo. No es un acuerdo demasiado justo, pero no tengo otra salida.
—¿Y no vas a suplicarme?
—No te pases.
—¿Ni vas a improvisar?
—Tienes unos oídos demasiado sensibles.
Fernando apartó uno de los gatos y le tendió la mano.
—De acuerdo: yo me convierto en tu modelo y tú, en una aventurera.

 

 

CAPÍTULO 28

 

Leticia miró la mano con sospecha. Todavía recordaba cómo había reaccionado al sentir su roce apenas unos minutos antes.
—Perdona pero estás lleno de pelos de gato. —tomó un cuaderno de dibujo de la mesa y cambió de tema antes de que Fernando se diera cuenta de que era raro que la dueña de un gato tuviera aversión a su pelo— ¿Por qué no me dejas hacer unos bocetos para sellar el acuerdo?
—Está bien. ¿Qué tengo que hacer?
—Nada. Sólo tengo que mirarte y dibujar un poco. Hay algo en ti que me recuerda a mi protagonista. —hizo un gesto vago— Es difícil de explicar. En un par de horas habré apuntado unas cuantas expresiones.
—¿Entonces quieres basar al príncipe Diego en mí?
A Leticia la sorprendió que recordara el nombre de su héroe.
—En parte sí. Pero cuando acabe serás irreconocible. Lo que tengo que captar es tu… espíritu.
Fernando flexionó los bíceps teatralmente.
—¿Tengo el espíritu de un héroe cazadragones? ¡Me encanta!
Leticia sonrió y se sentó a trabajar, preguntándose si Fernando estaría tan contento cuando descubriera toda la verdad sobre el príncipe Diego. En cualquier caso, no podría ocultársela por mucho tiempo. Fernando querría ver los dibujos y ella no podría impedírselo.
Él se cruzó de brazos y se relajó.
—Háblame de Diego. Así podré meterme en el personaje.
Evidentemente, tendría que contárselo.
—Diego… —Leticia esquivó su mirada, pero dado que lo que quería dibujar era la expresión de su rostro no tuvo más remedio que mirarlo. Sonrió divertida— Diego es un héroe típico, bueno y apasionado.
—Me gusta.
—Es tenaz y tiene un gran corazón.
—El tipo de hombre perfecto.
—Todavía no tiene mucha práctica como héroe. Le falta confianza en sí mismo, pero aprende deprisa. Se crece ante la adversidad y aprende de sus errores.
—¡Fantástico!
—Y… —Leticia suspiró— es un pingüino.

 

 

CAPÍTULO 29

 

Se produjo un largo silencio durante el cual Leticia evitó mirar a Fernando y siguió dibujando. Fernando se removió y se inclinó hacia delante en el asiento. Ella mantuvo la vista en el papel, pero sus labios esbozaban una sonrisa que amenazaba con estallar en carcajada.
—¿Un pingüino? —preguntó al fin él, en tono de incredulidad— ¿Quieres que te sirva de modelo para un pingüino?
—Así es —respondió ella, haciendo un esfuerzo sobrehumano por contener la risa.
—Me alegro de que a uno de los dos le haga gracia. —protestó Fernando— ¿No podía tratarse de un león, un tigre, o hasta un dragón? ¿Tenía que ser un pingüino?
Leticia se mordió los labios para no reírse, pero no logró impedirlo.
—Si te sirve de consuelo, —dijo, componiendo una expresión solemne— es un pingüino muy… masculino.
—Te estás riendo de mí. Y lo que es peor, vas a hacer que el mundo entero te secunde.
—¿El mundo entero? Ojala. Sigue con esa mirada de enfado. Es perfecta para la página doce.
—¿Qué pasa en la página doce?
—¡No me distraigas! Ya lo leerás cuando se publique el libro.
—¿Me darás una copia?
—Tendrás que comprártelo. Necesito ganar derechos de autor y me pagan por cada libro vendido. Considéralo como una obra de caridad.
—¿Qué te parece si hacemos la primera sesión de ensayo para el salto la semana que viene?
A Leticia se le deslizó el lápiz entre los dedos y dibujó una raya en la cara de Diego. Soltó un juramento y arrancó el papel. Era más fácil empezar de nuevo que intentar hacer correcciones.
—Fernando, no me hables del salto mientras estoy trabajando.
—Está bien.
Guardó silencio unos instantes pero observó a Leticia con una media sonrisa en los labios que acabó por ponerla nerviosa.
—¿Estás bien? —le preguntó para disimular su incomodidad.
—Desde luego que sí. Estar sentado contemplándote es una actividad muy agradable.
Leticia hizo una mueca.
—¡Adulador! —tiempo atrás habría hecho cualquier cosa porque Fernando coqueteara con ella, pero dadas las circunstancias actuales sabía que debía intentar que le desagradara.
Pero en lugar de molestarla, le causaba una deliciosa embriaguez. Iba a ponerse a reír como una tonta en cualquier momento. Y a medida que transcurrían los minutos empezaba a olvidar por qué no debía dejar que Fernando la mirara de aquella manera.
—¿Puedo ver el dibujo?
Leticia sonrió para sí.
—¿Estás seguro de querer verlo?
—Claro. ¿Por qué no? ¿Tan feo he salido?
—No creo que te encuentres especialmente favorecido como pingüino. Después de todo eres un hombre, y como tal, tienes un ego muy delicado.
Fernando le lanzó una mirada furibunda al tiempo que alargaba la mano para quitarle el cuaderno, pero Leticia se movió más rápido y lo puso fuera de su alcance.
—Espera. Antes tengo que explicarte una cosa. Algunos de mis modelos suelen desconcertarse porque no comprenden que lo que necesito de ellos es su personalidad, no su aspecto físico. —Leticia dio un golpecito con el dedo en el dibujo— Lo que vas a ver no se parece a ti ni lo pretende. Sólo yo sería capaz de reconocer el modelo original.

 

 

CAPÍTULO 30

 

—Enséñamelo —insistió Fernando.
—Nadie te reconocería. Sólo utilizo tus gestos, tus expresiones…
—Leticia, —la interrumpió él en tono amenazador— enséñamelo. Prometo ser fuerte y superarlo.
—Está bien —Leticia iba a pasarle el cuaderno, pero Fernando se sentó junto a ella en el sofá.
—¿Se supone que éste soy yo? —Fernando contemplaba el esbozo preliminar del príncipe Diego. El valiente pingüino, con la espada en la mano, avanzaba por el sendero de un bosque en el que se escondían toda clase de criaturas de aspecto temible.
—¡No! —Leticia suspiró— ¿No has oído lo que te he dicho? Ese no eres tú, sino Diego. Pero tiene algo de tu espíritu, de tu alma. Eso no significa que se parezca físicamente a ti. Sólo lo vincula a ti algo intangible.
Fernando rió por lo bajo.
—Eres muy buena. Siempre supe que lo serías. Pero si crees que ése soy yo…
Leticia gruñó y le dio una palmada en la mano con la que sujetaba el cuaderno.
—¡No escuchas nada de lo que te digo! Eres como mis padres.
Fernando apoyó el brazo en el respaldo del sofá y se inclinó hacia ella, lo que tuvo el efecto inmediato de que Leticia deseara darse una ducha fría. Evidentemente, Fernando no tenía nada que ver con sus padres.
¿Qué le estaba pasando? Jamás reaccionaba así con los hombres. Fernando no necesitaba ni tocarla para quemarla. ¿Tendría un control remoto con el que dominaba su cuerpo?
Las cosas no iban por buen camino.
Él la estaba mirando con una insinuante sonrisa. Y estaba demasiado cerca.
—Dime Leticia, ¿qué es exactamente lo que te hace pensar que soy como Diego?
Era tarde. Una sombra empezaba a cubrir el mentón de Fernando. Leticia no pudo comprender por qué, pero esa sombra atrapó su atención como si fuera algo fascinante y no pudo apartar la mirada de ella.
—Supongo que es mi barbilla. ¿Se parece al pico de un pingüino?
Leticia fijó la mirada en los ojos de Fernando. En ellos brillaba una sonrisa contenida.
—No me recuerdas a un pingüino, sino al personaje de Diego, que resulta ser…
—Un pingüino.
Leticia asintió. Ningún perfume superaba la fragancia de un hombre cuando olía bien.
—Sí. Un pingüino valiente y guapo que lucha contra malvados dragones para rescatar a la mujer a la que ama.
—¿Y su dama es otro pingüino?
—No. Violeta es un cisne.
Fernando arqueó una ceja.
—¿Un cisne? ¿El pingüino Diego tiene por novia a un cisne? ¡Fantástico! Diego debe de ser todo un…
—Pingüino.
Fernando adoptó una expresión solemne que contrastaba con el malicioso brillo de sus ojos.
—Eso es. Todo un pingüino.
—Y lo está pasando muy mal porque Violeta no le presta atención. Después de todo ella es un cisne y es un poco altanera.
—¡Pobre pingüino!

 

 

CAPÍTULO 31

 

Leticia asintió y siguió contándole.
—Así es. Como Violeta lleva siempre el cuello muy estirado y mira a las nubes, ni siquiera lo ve.
Fernando frunció el ceño súbitamente y señaló el dibujo.
—Pero Diego no es un pingüino emperador.
—¿Pingüino emperador?
—Tiene un antifaz en los ojos como el del pingüino emperador.
—Ah, es posible —Leticia no tenía ni idea, pero le daba igual si Fernando quería darle un nombre.
—Si es así, hay un fallo en el argumento.
—¿Cuál?
—Los pingüinos emperador son grandes. Más altos que los cisnes.
Leticia entornó los ojos.
—No.
—¿Qué quieres decir «no»?
—Que Diego no es más alto que Viola.
—Escucha, yo he visto cisnes y pingüinos emperador, y puedo asegurarlo. Claro que nunca he conocido una pareja mixta.
Leticia no estaba dispuesta a que Fernando destrozara su libro por una nimia cuestión de zoología.
Adoptó el tono que utilizaba con los pequeños socios de la biblioteca con tendencia a sabihondos.
—Los pingüinos no son más grandes que los cisnes. Al menos no en mi libro, ¿está claro?
Fernando, acertadamente, cambió de tema.
—Pobre Diego, su amor no es correspondido. ¿Aun así va a intentar rescatarla del dragón?
—Por supuesto. Le encantan los retos y confía en que Violeta se dé cuenta de su existencia cuando la salve de morir rostizada por la cercanía del dragón.
Fernando asintió con vehemencia.
—Seguro que sí. Salvar a una dama del fuego de un dragón es toda una heroicidad.
Leticia levantó un dedo.
—Pero hay algo .con lo que no cuenta.
—¿Un giro inesperado en el argumento?
—Sí. Resulta que a Violeta le gusta el dragón. Le encantan sus coloridas plumas.
—Comprendo. —dijo Fernando, pensativo— No es muy típico que la protagonista se enamore del  dragón malo. Lo convierte en un cuento tragicómico con un triángulo amoroso. Me parece una gran idea. ¿Estás segura de que es un cuento apropiado para niños?
—Eso espero, porque he firmado un contrato y estoy muy cerca de la fecha de entrega.
Fernando se apoyó en el respaldo del sofá y Leticia pudo respirar.
—Cuéntamelo entero. ¿Por qué Violeta está en apuros?
Leticia tomó el cuaderno de apuntes y pasó las hojas para ir enseñándole los dibujos.
—Violeta está decidida a encontrar la pluma perfecta, y está segura de que sólo la encontrará en un dragón. Así que…
—Espera.
—¿Qué?
—Hay otro error en tu historia.

 

 

CAPÍTULO 32

 

Leticia lo miró extrañada.
—¿Cuál?
—Los dragones no tienen plumas, sino escamas.
Leticia cerró los ojos y suplicó a los dieses que le dieran paciencia.
—¿Vas a contar tú el cuento o lo cuento yo?
—Lo siento, pero estoy seguro de que los dragones no tienen plumas.
—¿De verdad? ¿Has visto alguna vez uno?
—No, pero…
Leticia lo fulminó con la mirada.
—Los dragones son criaturas mitológicas y por tanto no responden a ninguna norma establecida. Si quisiera, mi dragón podría tener una barba naranja y gafas de sol.
—Pero…
—Como te estaba diciendo, —continuó Leticia notar por la forma en que la miraba Fernando que sólo pretendía interrumpirla para ponerla nerviosa— Violeta va en busca de la pluma perfecta, sola. Y vive todo tipo de vicisitudes. Se adentra en cuevas con corrientes subterráneas, atraviesa bosques encantados, avanza por tortuosos caminos de montaña y, por supuesto, encuentra malvados dragones.
—Entiendo. Es una dama en apuros y necesita un héroe. Pero ¿para qué quiere la escama perfecta del dragón?
—¡Pluma! He dicho que los dragones tienen plumas. Y todavía no tengo claro para qué la quiere. —pasó varias hojas hasta que encontró un buen boceto de Viola— Siempre me cuesta decidir el final, pero suelo lograrlo en el último momento. Aquí tienes a la heroína.
—Preciosa. Eres muy buena.
El cumplido halagó a Leticia, pero se encogió de hombros.
—Sólo es un dibujo preliminar. Está mejor en color. Tú… quiero decir Diego, también.
—Tengo que reconocer que me siento orgulloso de haberte inspirado.
Leticia rió.
—De verdad que no sé qué es exactamente lo que me recuerda a ti. Es algo místico.
—¿Estás segura de que no quieres que haga algo? ¿No te ayudaría que me pusiera un esmoquin?
Leticia soltó una carcajada y ocultó el rostro tras el cuaderno.
—Fernando, ¿no vas a poder superar el ser un pingüino?
—Lo dudo. ¿Me darás una copia firmada del libro?
—Claro. Tú lo compras y yo te lo firmo. De hecho a lo mejor te lo dedico: Para Fernando, mi tipo de pingüino.
Leticia buscó una página en blanco para tomar un apunte de la sonrisa amenazadora de Fernando en aquel instante. Y como era una profesional pudo ignorar la evidencia de que sus labios fueran mucho más atractivos que el pico de un pingüino.

 

 

CAPÍTULO 33

 

—¡Fantástico! —dijo Leticia al tiempo que ladeaba la cara y miraba el dibujo con satisfacción— Estaba segura de que eras perfecto.
Fernando la miró con una expresión de suspicacia que era ideal para la escena de la llegada de Diego a la cueva cuando descubría a Violeta riéndose con el dragón… Leticia trazó el dibujo a toda velocidad.
—Algún día podrás leer el cuento a tus hijos. –dijo, sonriendo con sarcasmo– Diego, el pingüino enfermo de amor será su historia favorita.
Una sonrisa de desilusión fue seguida de otra de lástima por sí mismo. Fernando le estaba proporcionando todas las expresiones que necesitaba y Leticia sonrió aliviada. Por fin Diego encontraba su alma.
—Dime una cosa. —dijo Fernando, susurrando— ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una cita?
¡Una–cita! ¿De dónde habría salido esa idea?
—No es de tu incumbencia.
—¿Hace más de un mes?
No pienso contestar.
—Me lo tomaré como una confirmación. ¿Más de tres meses? ¿Más de tres años?
Leticia sacudió la cabeza. Una cosa era que no quisiera darle información personal, y otra que Fernando se hiciera una idea equivocada sobre ella.
—¿Tres años? Claro que no. —puso los ojos en blanco— ¿Acaso crees que soy una ermitaña?
—Yo no, pero tus padres sí.
Leticia lo miró indignada.
—¿Quieres decir que has estado discutiendo mi vida amorosa con mis padres?
Fernando asintió.
—Están preocupados. Y tienes razón: quieren que salgamos juntos.
—No —gruñó Leticia.
—Sí. Y no se han andado con indirectas.
—¡Qué horror!
—Les he dicho que me encantaría. ¿Qué te parece mañana por la noche?
Leticia se rió nerviosa. Lo único que le faltaba era que sus padres mendigaran citas para ella.
—No.
—¿Por qué no?
—Rebobina y piensa en todas las razones por las que no quería que fueras mi instructor, y luego multiplícalas por diez.
—Pero al final has accedido.
—Sí, pero salir contigo porque te lo piden mis padres no es lo mismo. No puedes permitir que te digan lo que tienes que hacer. —Leticia sacudió la cabeza— Será mejor que cambiemos de tema antes de que me enfurezca. O mejor aún, quédate callado un rato.
—Está bien. —pero Fernando sólo aguantó diez segundos en silencio antes de contraatacar— ¿Y qué tal va la búsqueda del hombre perfecto?
Leticia puso los ojos en blanco.
—¡El hombre perfecto! ¡Qué noción tan infantil!
—¿Infantil? Como mujer, deberías ser una incurable romántica y creer en el Príncipe Azul.

 

 

CAPÍTULO 34

 

Leticia suspiró.
—Me temo que hay pocos príncipes en la vida real. Hasta he besado algún sapo, pero no se ha transformado. ¿Y tú? —le preguntó aunque no estaba segura de querer oír la respuesta— ¿Qué hay de tu Cenicienta?
Fernando, que había apoyado la cabeza en la pared y cerrado los ojos como si estuviera cansado, sonrió. Leticia aprovechó que no la observaba para dibujarlo con más calma.
—La Cenicienta y Blancanieves tienen demasiados problemas familiares. —dijo él— Prefiero a la Bella Durmiente.
Leticia sé había concentrado en sus labios y no se había dado cuenta de que había abierto los ojos y la miraba. Se encogió de hombros antes de responderle.
—Está bien si te gustan las ruecas y las hadas malvadas.
—¿Y qué buscas en tu hombre ideal?
—¿Y a ti qué más te da?
—Seguro que quieres un pingüino.
Leticia rió y ocultó el rostro tras el cuaderno.
—Fernando, ya cállate por favor.
Ella miró la hora. El tiempo había volado y Carolina seguía encerrada en su dormitorio, tal vez pensando que ahí estaba pasando algo más interesante de lo que ocurría en realidad.
—Por hoy hemos acabado. —dijo— Gracias, Fernando. Bastarán un par de sesiones más.
—Estaré a tu disposición. —se puso en pie— ¿Quieres que te lleve a recoger tu coche?
—No, gracias. Carolina me llevará mañana.
—Como quieras. Dame tu número de teléfono y te llamaré en cuanto organice las prácticas para el salto. Deberíamos empezar lo antes posible.
Claro. El salto en paracaídas. Esa era la razón por la que Fernando había vuelto a su vida.
Leticia reprimió un gruñido y le dio el número. Fernando lo anotó en su celular y le dio un beso en la mejilla.
—Adiós, Leticia. Ha sido muy interesante. Hasta pronto.
Leticia se quedó apoyada en la puerta hasta que Carolina asomó la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —preguntó en un susurro.
—¿Llevas toda la tarde con la oreja pegada a la puerta?
—No he comido nada por culpa de tu posible romance, tengo un bajón de azúcar y estoy de mal humor, así que ya puedes contármelo todo.
—No ha pasado nada.
Carolina puso cara de desilusión.
—¿Y para eso he estado encerrada toda la tarde?
—He hecho un montón de dibujos.
—¡Qué aburrimiento! —Carolina fue hacia la cocina— En lugar de un buen chisme, tendré que conformarme con algo de cena.
Sonó el teléfono y lo contestó. Después, con una amplia sonrisa, se lo pasó a Leticia.
—¿Sí?
—No olvides dar de comer a tu gato diabético.
La carcajada de Fernando resonó en la cabeza de Leticia durante varias horas después de que colgara.

 

 

CAPÍTULO 35

 

–Leticia, ya hemos hablado del tiempo, del tráfico y de política. ¿Podemos centrarnos en el salto?
Leticia suspiró. Fernando había llegado hacía una hora y desde entonces había conseguido eludir el tema del salto en paracaídas. Lo miró fijamente. ¿Cómo era posible que le gustara hacer aquel tipo de actividades? ¿Por qué había gente que disfrutaba arriesgando su vida? Lo cierto era que en Aventureros Intrépidos apenas se producían accidentes. Era un club de máxima seguridad.
—¿Leticia? —Fernando sacudió levemente su hombro derecho— ¿Estás ahí?
—¿Tenemos que hablar del salto?
Fernando pareció a punto de darle un discurso al respecto, pero se limitó a emitir un contundente:
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque para eso estoy aquí. No puedes saltar sin saber qué tienes que hacer.
—Pero si voy a saltar contigo…
—Sólo la primera vez.
—Así que por el momento no tengo por qué aprender nada —Leticia planeaba tomar pastillas para dormir. Con un poco de suerte, descendería medio dormida.
Fernando se cruzó de brazos.
—¿Estás decidida a saltar?
—Claro que sí.
—Pues compórtate y no me hagas perder el tiempo.
Fernando tomó una bolsa que había dejado junto a la puerta de entrada. De ella sacó una patineta y la dejó en el suelo. Leticia se quedó mirándolo.
—¿Una patineta? ¿Qué vamos a hacer con ella? ¿Acaso piensas retarme a una carrera?
—No. Te vas a acostar sobre ella.
—Suena divertido, pero no pienso hacerlo.
Fernando puso cara de exasperación.
—Leticia, este es el primer paso en la preparación. Permite simular las sensaciones de la caída libre y así puedo enseñarte los movimientos que has de hacer.
Leticia se quedó mirando la patineta desconcertada.
—Parece una tontería.
—Así es la vida. Será mejor que te acostumbres.
Leticia se recostó sin dejar de refunfuñar y siguió las instrucciones de Fernando mecánicamente. Él hizo rodar la patineta y le indicó cómo debía mover los brazos.
Pero Leticia no quería prepararse para el salto. En su interior iba creciendo una espantosa sensación de terror. Su intención era subir al avión con Fernando y tirarse con él con los ojos bien cerrados hasta tocar el suelo.
—No me estás escuchando.
—¡Claro que sí!
—A ver, ¿cómo tienes que abrir el paracaídas?
Leticia gesticuló.
—Tirando de… la cuerda, o como se llame.
«Cuerda» resultaba una palabra tan frágil cuando de ella dependía la vida. Leticia se imaginó cayendo en picada mientras su paracaídas descendía lentamente a varios metros de distancia.
—Llevas la mano hacia atrás y tiras del cordón de apertura. ¿Y si no puedes alcanzarlo?
Leticia sintió el corazón en la garganta.
—¿Qué quieres decir con eso?

 

 

CAPÍTULO 36

 

Fernando le sujetó la muñeca y le llevó la mano hacia la espalda.
—El cordón estará aquí. Si no lo encuentras a la primera, no te dejes llevar por el pánico. Limítate a deslizar la mano por el costado hasta encontrarlo.
—Debería sujetarlo desde el principio —susurró Leticia.
—¿Y cómo mantendrás el equilibrio en el aire? —Fernando apoyaba la mano sobre la cintura de Leticia y ésta sintió un intenso calor por todo el cuerpo.
—Aferrándome a ti y cerrando los ojos.
—Cariño, por más que la idea me encante…
—No tergiverses lo que acabo de decir.
Fernando dio un resoplido.
—¿Piensas aprender o no?
Leticia gruñó.
—Sí. Lo siento. Estoy dispuesta a cooperar. Pero antes deberíamos tomarnos un descanso.
—Está bien. —Fernando la ayudó a incorporarse— Yo hago un café mientras tú lees los folletos sobre medidas de seguridad que he dejado sobre la mesa.
—¿Llamas a eso un descanso?
—Te aguantas. —dijo Fernando, dirigiéndose hacia la cocina— Y concéntrate. Luego te voy a hacer un examen.
Después del supuesto descanso, Leticia se concentró y prestó atención a Fernando. Necesitaba que luego él posara para ella. Y no le costó convencerlo.
Fernando ignoró el comentario.
—¿Cuándo tiras del cordón?
—No tengo por qué saberlo. Después de todo, lo harás tú.
—Está claro que no quieres enterarte, ¿verdad?
—No. Quiero que pase lo más deprisa posible.
Fernando hizo una mueca.
—Lo dudo mucho.
—Tan deprisa como sea posible siempre que llegue entera al suelo.
Fernando suspiró y decidió dar por terminada la lección.
Mientras recogían, Leticia le preguntó:
—¿Puedes dedicarme unos horas mañana para Diego?
—Sí. Paula María vuelve mañana con Jaimito y voy a ir a verlos, pero al final de la tarde estaré libre. Te invito a cenar a mi casa.
—No. No quiero una cita para cenar, y menos en tu casa.
—Algo tendremos que comer.
—Hablo en serio. Si mis padres se enteraran encargarían el traje de novia. Y no pienso animarlos.
Fernando sacudió la cabeza, aguantando la risa.

 

 

CAPÍTULO 37

 

—¡Qué excusa tan mala, Leticia! Ni siquiera tienen por qué enterarse.
—Puede, pero es mi excusa y me gusta.
—¿De qué tienes miedo?
—De nada. Sólo quiero mantener nuestra relación en el terreno meramente profesional. En este momento somos rivales, y uno no se relaciona con el enemigo.
—Mantén cerca a tus amigos y más aún a tus enemigos —Fernando se acercó a ella para poner en práctica sus palabras. La acorraló contra la pared y apoyo las manos a ambos lados de su cabeza.
Leticia frunció el ceño e intentó no sentirse intimidada.
—Si no me equivoco, estás citando un diálogo de El Padrino.
—Te pones muy guapa cuando protestas.
—No me mires así.
—¿Cómo?
Leticia decidió ser directa.
—No va a funcionar, Fernando —le advirtió.
—¿Por qué?
—Haces demasiadas preguntas.
Fernando sonrió lánguidamente y acabó estallando en una carcajada que hizo vibrar a Leticia.
—¿Recuerdas nuestro beso?
Leticia cerró los ojos con fuerza y revivió la vergüenza que había sentido en su adolescencia. Hasta ese instante había pensado que Fernando lo había olvidado o que, al menos, no lo mencionaría.
Aun con los ojos cerrados, podía percibir la risa en la voz de Fernando.
—Seguro que sí.
—No.
—Yo lo he recordado a menudo últimamente. ¿Tú no?
—No.
—Tus labios me parecieron tan suaves… —musito él— Y tus ojos tan grandes e inocentes…
—No quiero hablar de eso.
—Y fuiste tan torpe…
Aquello superaba el límite de lo que Leticia estaba dispuesta a aceptar. Abrió los ojos de golpe y apoyando las manos en el pecho de Fernando, lo empujó con fuerza.
—¡Fernando!
—Es la verdad.
—Como acabas de decir, no era más que una niña inocente.
—Y conseguiste volverme loco.
—Además… ¿Sí?
—Sé que te dije que no eras más que una niña, pero en ese momento me di cuenta de que habías dejado de serlo. Me habría encantado convertirme en tu profesor. Nunca me he perdonado haber sido tan caballeroso.
—¿Caballeroso?
—¿Te imaginas el sacrificio que fue alejarte de mí en lugar de aprovecharme de las circunstancias?
—Y al día siguiente te fuiste a Nepal. Lloré durante cinco días seguidos.

 

 

CAPÍTULO 38

 

Fernando acarició la mejilla de Leticia fingiendo que secaba unas invisibles lágrimas de su rostro.
—¿De verdad lloraste cinco días por mí?
—No te preocupes, se me pasó pronto. Por aquel entonces me enamoraba con facilidad.
—¡Veleta!
—¡Fernando…! —Él había curvado los dedos en la nuca de Leticia. O lo detenía pronto o no podría seguir disimulando el efecto que el roce de su mano tenía sobre ella.
—¿Leticia?
Ella sabía que debía apartarse de él, pero no pudo. Fernando había deslizado los dedos por su cabello y le masajeaba el cuero cabelludo con suavidad al tiempo que clavaba la mirada en sus ojos.
—Deberías marcharte
—Enseguida.
—Mañana iré a visitar a Paula María. —dijo Leticia para intentar distraerse. Pero Fernando le estaba acariciando el lóbulo de la oreja y Leticia hizo acopio de fuerza y, sujetándole la mano, se la retiró del cuello— Estabas a punto de irte.
En lugar de contestar, Fernando la contempló con una sonrisa insinuante.
—No finjas. He sentido que tu pulso se aceleraba. Todavía puedo ver latir una vena en tu garganta.
—Fernando, ya no tengo diecisiete años.
—Ya lo sé —Fernando posó una mano sobre su hombro y la deslizó hacia su nuca. Leticia ansiaba abrazarse a su cuello y dejarse llevar, pero sabía que debía resistirse.
—¡Fernando, estate quieto!
Había posado los labios en su cuello y al oírla protestar se lo mordisqueó suavemente.
—¿De verdad quieres que pare?
¿Por qué le costaba tanto asentir? Tenía el cabello de Fernando en la cara. Olía a limpio y fresco, y no pudo resistir la tentación de hundir los dedos en él. Fernando respondió con un ronroneo de aprobación.
—¿Fernando?
—¿Sí?
—Recuérdame por qué no debemos hacer esto.
Fernando levantó la cabeza y la miró con ojos soñadores.
—Prefiero pensar cómo justificarlo.
—No intentes engañarme. La psicología inversa no funciona conmigo.
Fernando la besó en los labios.
—Inténtalo. Dime por qué debemos hacerlo y yo pensaré por qué no.
Leticia se dio por vencida.

 

 

CAPÍTULO 39

 

—Porque ambos lo deseamos. —confesó Leticia con un suspiro.
—Sí, pero somos muy distintos.
Fernando tenía razón. Sin embargo ella insistió…
—Te equivocas. Los opuestos se atraen y se complementan.
Fernando se acercó a hablarle al oído y a Leticia se le puso la piel de gallina.
—Pero no deberíamos porque…
—¿Por qué?
—Porque tu compañera de piso nos está mirando.
Leticia tardó en asimilar lo que acababa de oír, pero cuando lo hizo, le dio un empujón para obligarlo a separarse de ella. Fernando se limitó a reírse y luego sonreír a Carolina con toda naturalidad.
—¡Hola! Has llegado en el momento menos oportuno.
Carolina asintió como queriendo disculparse. Leticia empujó la patineta bruscamente y se la dio a Fernando.
—Gracias por la clase —dijo, al tiempo que lanzaba una mirada amenazadora a Carolina para que no interviniera.
Fernando sonrió y acercándose, le susurró al oído:
—Mañana tendremos otra sesión. Tú, yo y el pingüino enamorado. —luego le dio un beso en la frente y salió dedicando un guiño a Carolina— Hasta luego.
Un profundo silencio siguió a su marcha. Leticia se entretuvo fingiendo que recogía, pero Carolina no le quitó los ojos de encima.
—Deja de mirarme con esa sonrisita de satisfacción, Carolina. No ha pasado nada.
—¿Cómo que no? Cuéntamelo todo.
—Sólo hemos hecho prácticas para el salto.
—Ah entiendo… ¿estaban practicando la respiración de boca a boca que tendrá que darte cuando te desmayes?
—Sólo ha sido un accidente y no va a repetirse —Leticia se dijo que no mentía. Ni siquiera se habían dado un beso de verdad. Aunque si Carolina no los hubiera interrumpido…
—Claro. Yo también tengo que quitarme de encima a todos los hombres cuando camino por las calles. Me pasa todos los días.
—¡Carolina! —Leticia adoptó un tono amenazador con el que no impresionó a su amiga.
—Te lo dije. La vida es un cuento de hadas.

 

 

CAPÍTULO 40

 

 

—Fernando, espera un momento. Tengo que quitar unos  cuantos cerrojos antes de poder abrir.
—¿Cerrojos? ¿Tienes pánico a los ladrones? —preguntó él desde el otro lado de la puerta.
Su hermana abrió finalmente. Y en cuanto entró, Paula María volvió a cerrar los cerrojos.
—El problema es Jaimito. —explicó, poniéndose de puntillas para besarlo en la mejilla— Es un maestro descubriendo cómo se abren. —cuando terminó, se dio media vuelta y lo abrazó— ¡Fernando, qué alegría verte!
Él la abrazó con fuerza y la sintió temblar en sus brazos. Sus lágrimas le humedecieron el cuello.
—Paula María…
—Perdona. —dijo ella, secándose los ojos— Estoy hipersensible. En cuanto empecemos el tratamiento y Jaimito entre en una rutina, todo va a mejorar. Ahora mismo está obsesionado con escaparse de casa, por eso he puesto tantos cerrojos.
Fernando dejó su saco sobre una silla.
—Estoy deseando verlo. Ya tiene cuatro años, ¿no? La última vez que lo vi todavía usaba pañales.
Paula María sonrió, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Sigue usándolos, pero también eso va a cambiar muy pronto.
Fernando se enfadó consigo mismo por su falta de delicadeza.
—No te preocupes. —siguió Paula antes de que pudiera disculparse— Metiste la pata sin querer, no como Simon que se dedicaba a hacer comentarios desagradables para lastimarme. No puedo comprenderlo, no… —respiró hondo— Bueno, tampoco tiene sentido seguir pensando en eso.
Era evidente que volver a casa era lo mejor que podía haber hecho. Paula María lo necesitaba. Parecía agotada y era evidente que había sufrido mucho. El divorcio había sido un infierno, y cuidar de Jaimito no era una tarea sencilla.
—Dame otro abrazo, hermana, —dijo Fernando súbitamente— creo que lo necesitas. —Paula se echó en sus brazos y empezó a sollozar— Vamos, vamos, no llores.
—Lo siento. —suspiró ella— Es la alegría de verte. —lo empujó hacia el salón— Ve a buscar a Jaimito mientras yo me tranquilizo.
Fernando atravesó la casa y encontró a un niño de cabello oscuro sentado en la cama de su madre con un juguete en la mano.
—¡Hola, grandulón! —al no obtener respuesta, Fernando entró y se sentó a su lado— No te acuerdas de mí porque la última vez que nos vimos eras muy pequeño.
Jaimito continuó haciendo girar las ruedas de un camión. Fernando esperó a que reaccionara. Al ver que no lo hacía, alargó la mano hacia el juguete.
—Qué camión tan bonito. ¿Puedo verlo?
Quitárselo fue un gran error. Jaimito dio gritos que le taladraron los tímpanos, y después se tiró al suelo y empezó a retorcerse y a patalear. Fernando se puso en pie de un salto sin saber qué hacer, pero Paula María apareció de inmediato en la puerta.
—¿Qué ha pasado? —gritó por encima de Jaimito.
—Ha creído que iba a quitarle el juguete —explicó Fernando con cara de angustia.
Paula se arrodilló junto a Jaimito y le habló con dulzura mientras se mantenía fuera del alcance de sus patadas. Jaimito no pareció escucharla, pero poco a poco fue calmándose, y finalmente se sentó, comenzó a mecerse atrás y adelante, y volvió a dar vueltas a las ruedas del camión.
—Hemos llegado a un acuerdo. –le explicó ella, sin apartar los ojos de su hijo— Jaimito sólo puede jugar en esta habitación. Cuando sale, tiene que dejar los juguetes junto a. la puerta. Yo no los toco y él, a cambio, no grita.

 

 

CAPÍTULO 41

 

—Entiendo —Fernando respiró hondo para tranquilizar su acelerado corazón. Había presenciado los berrinches y pataletas de otros niños, pero jamás había visto nada igual.
Paula señaló una cesta a la entrada del cuarto. En ella había varios coches.
—Dejará el camión ahí cuando salgamos. Es imposible enseñarle si está distraído. Necesita aprender las cosas más simples. La primera vez que conseguí que dejara los juguetes, fue mi mayor triunfo. Desde entonces, ha hablado un poco y consigue concentrarse a ratos. Hasta ha empezado a leer. —miró a Fernando con lágrimas en los ojos— Sólo tiene cuatro años, pero ya reconoce todas las letras.
—Perdóname. —dijo Fernando a Jaimito. Estaba claro que tenía mucho que aprender antes de relacionarse con su sobrino adecuadamente— Nunca volveré a quitarte un juguete.
—No pasa nada. —dijo Paula, hablando por su hijo. Tomó la mano de éste y la puso en el pecho de Fernando— Tío Fernando. —dijo— Has vistos su fotografías, ¿te acuerdas, Jaimito? Tío Fernando.
Jaimito ladeó la cabeza con la mirada perdida en el vacío.
—Fernando. —repitió Paula pacientemente. Tocó la mejilla de Jaimito para llamar su atención y luego señaló a Fernando con el pulgar— Fernando.
—Fernando. —musitó finalmente el niño, con una voz aguda. Movió su mano entre Fernando y él— Fernando —repitió. Y señalándose dijo: Jaimito.
Paula lo abrazó con fuerza y lo llenó de alabanzas.
—El curso ha sido maravilloso. —explicó a Fernando— Los dos hemos aprendido un montón.
—Ahora tendrás que enseñarme a mí. –dijo él— Estoy aquí para ayudarte, no para que al niño le dé un ataque de nervios.
Paula sonrió.
—Los ataques de nervios son la norma en esta casa. Te acostumbrarás. ¿Qué tal estás tú? ¿Ya estás al mando de Aventureros Intrépidos?
—No del todo.
Paula habló con dulzura a su hijo para que dejara el camión en la cesta y los siguiera a la cocina.
—¿Qué tal están Erasmo y Julieta? —preguntó mientras preparaba algo para comer—. Hace siglos que no veo a Lety, pero tengo sus cuentos. —señaló a su hijo— A Jaimito lo entusiasman. Sobre todo sus dibujos de animales.
—Pues el próximo le va a encantar. —dijo Fernando— El personaje principal es un pingüino que está basado en mí.
Vio que el rostro de Paula se iluminaba y le contó las aventuras de Diego. No le explicó los problemas que había con Aventureros Intrépidos. No quería preocuparla.
Parecía exhausta. Tenía unas profundas ojeras y había adelgazado. Pero cada vez que miraba a su hijo sus ojos se llenaban de amor. También Fernando sentía un intenso cariño por él a pesar de que apenas lo conocía.
Ya no le cabía la menor duda. Lo necesitaban incluso más de lo que había imaginado. Se quedaría con ellos. Y por tanto, no tenía más remedio que conseguir Aventureros Intrépidos.

 

 

CAPÍTULO 42

 

—¿Qué pasa? ¿Ya no te sirvo de modelo?
Fernando había posado durante dos horas pero Leticia no hacía más que refunfuñar, romper bocetos y tirarlos al suelo.
—No es tu culpa sino la de Diego. —murmuró, retirándose el cabello de la cara de un manotazo antes de tirar otro papel— ¡Es un traidor!
—Lo siento.
Leticia bufó. Parecía haber perdido el sentido del humor.
—No me refiero a ti, sino a Diego. Me está dando un montón de problemas. Se niega a cooperar.
—¿Qué problemas?
Leticia tomó un lápiz y lo mordisqueó. Ya tenía uno detrás de una oreja y otro enredado en el pelo.
—Ha decidido cambiar el final.
Fernando pestañeó.
—¿Puede hacer eso?
Leticia asintió vehementemente.
—¡No puedo soportar que los personajes decidan actuar por su cuenta! En teoría, Diego debía entrar en la cueva, luchar contra unos monstruos, trabar amistad con ellos y finalmente descubrir que Violeta ya no estaba allí. La idea era complicar el argumento y que Diego contara con aliados para sus futuras peleas.
—¿Pero no va a ser así?
—No. —protestó Leticia— El curioso e impredecible Diego ha decidido registrar la cueva. ¿Y a que no sabes lo que ha encontrado?
Fernando tuvo que contener la risa. No quería enfurecer aún más a Leticia.
—Ni idea —dijo en tono solemne.
—Una salida secreta. —Leticia tiró el lápiz sobre la mesa y tomó otro— ¿Y qué hace él? Cruzarla sin ni siquiera plantearse que puede estar en peligro. Claro, como sabe que yo estoy ahí para salvarlo… Sin pensárselo dos veces, mete la panza y se cuela por una oscura y estrecha ranura.
—¿Panza? —Fernando miró su musculoso estómago y protestó— ¿Qué panza? ¿No has notado que tengo unos abdominales espectaculares?
Leticia puso cara de impaciencia, pero Fernando vio con satisfacción que lo miraba de soslayo para constatar sus palabras.
—He intentado convencerlo para que no lo haga, pero se niega a obedecer. —dijo ella, arrugando otro papel— Y ahora los dos tenemos un problema: él está perdido en un laberinto de túneles subterráneos y yo no tengo ni idea de cómo encaja este episodio en el resto de la historia.
Tiró el cuaderno sobre la mesa y se cruzó de brazos con un gesto enfurruñado que enterneció y divirtió a Fernando.
—¿Cómo voy a hacer los dibujos si no sé qué pasa a continuación?
A Fernando se le ocurrió una idea que le pareció brillante.
—¡Tú eres la escritora! ¿Por qué no decides tú el argumento?
Leticia le lanzó una mirada de odio que no dejó lugar a dudas sobre lo que opinaba del consejo.
—Las cosas no funcionan así. –dijo al tiempo que su expresión se ensombrecía aún más— Como tiene tu alma, es lógico que empiece a comportarse como lo harías tú.
Fernando alzó las manos en señal de protesta.
—Pues yo nunca me he enfrentado a un dragón. No lo haría siquiera por un bello cisne, lo juro. Y no tengo panza.
Leticia dio un puntapié al cuaderno que había dejado en la mesa.
Fernando se inclinó para ver el dibujo. Diego abría los ojos con gesto inocente y arrepentido.
—Necesitas tomarte un descanso —sugirió. Leticia respondió tomando de nuevo el cuaderno.
—No puedo. Apenas me queda tiempo para acabarlo.
—Deberías cambiar de actividad. ¿Qué te parece si volamos mañana?

 

CAPÍTULO 43

 

El rostro de Leticia pasó de la irritación al desconcierto.
—¿Un vuelo? ¿A dónde? ¿Por qué?
—Aventureros Intrépidos ha programado un salto para mañana.
—¿Qué? —Leticia lo miró aterrorizada— ¿Estás loco? ¡No estoy preparada!
—Pensaba que te gustaría ir primero de pasajera. Puedes venir y ver cómo saltan otros. —Fernando se encogió de hombros— Sólo era una sugerencia.
Leticia mordisqueó el lápiz.
—No es una mala idea. —dijo. Fernando la miró sorprendido— Está bien. Iré.
Tal y como Fernando había previsto, Leticia estaba tensa después de lo que había sucedido entre ellos el día anterior. Era evidente que había una química muy especial entre ellos, pero todavía no había llegado el momento de explorarla. Primero tenía que resolver el asunto de Aventureros Intrépidos. Hasta entonces, y por más que le costara, tendría que ser paciente.
—Me alegro. —dijo— Yo también voy a saltar.
Leticia lo miró con desconfianza.
—¿Quieres que me asuste y me dé por vencida?
—Sólo si tengo un accidente.
—¡Fernando!
—No me va a pasar nada. —él se encogió de hombros— Mi amigo Omar pilotará el avión y podrá explicarte lo que va pasando.
Leticia siguió mirándolo con suspicacia.
—¿Qué ese Omar no es tu socio?
—Sí, y un gran amigo. Llevamos diez años trabajando juntos. Te gustará.
—Dudo que me guste hasta que la compañía esté en mis manos. Hasta entonces, no me van a gustar ni él ni tú.
Fernando le guiñó un ojo.
—¿Estás haciéndote la dura, como Violeta?
Leticia lo miró sorprendida.
—¿Eso piensas? ¿Qué Violeta se está haciendo la dura?
—Es evidente que en el fondo está enamorada de Diego pero teme no ser correspondida.
Leticia se retiró el cabello tras la oreja en un gesto que Fernando encontraba irresistible, y miró al cuaderno.
—¿Estás seguro?
—No. —Fernando no quería meterse entre Leticia y sus personajes. Estaba seguro de que sólo le causaría problemas— El cuento es tuyo, sólo tú sabes la verdad.
—Puede que tengas razón. —dijo Leticia, pensativa— Puede que Violeta actúe con el propósito de llamar la atención de Diego. Después de todo, él fue quien le habló de la pluma del dragón… —tomó un lápiz y empezó a escribir precipitadamente— Y por eso Diego se ha adentrado en los túneles. Está buscando la guarida del dragón porque Violeta…
Fernando vio divertido cómo Leticia se perdía en su fantástico mundo privado y se olvidaba de él.
Ansiaba alargar la mano y acariciarla. Pero aún no había llegado el momento. Primero tenían que resolver sus problemas. Ya tendrían tiempo de explorar lo que sentían el uno por el otro.

 

 

CAPÍTULO 44

 

La sugerencia de Fernando le había parecido una buena idea en el momento, pero en cuanto Leticia vio preparar los paracaídas al grupo de Aventureros Intrépidos se le formó un nudo en el estómago que fue convirtiéndose en terror.
—Dime una cosa. —preguntó ella entre dientes— ¿Por qué la gente quiere hacer algo así? ¿Por qué disfrutan con el peligro?
—Yo no busco el peligro. Nunca pienso que estoy jugándome la vida. Mi trabajo consiste en que todas las actividades sean seguras.
—Pero a la gente le gusta sentir peligro. —Leticia sacudió la cabeza— ¿No tienen miedo?
Fernando buscó las palabras adecuadas.
—Puede que el miedo que sienten sea distinto al tuyo. En su caso es una sensación positiva y no negativa. —se encogió de hombros— A lo mejor tenemos cerebros distintos.
—Estoy segura. El de ustedes está defectuoso. El peligro no puede ser bueno. Por definición, el ser humano huye del peligro.
—No lo sé. Pregúntaselo a un evolucionista.
—Está claro que no tienes ni idea de lo que yo siento.
—Ésa es una cuestión metafísica. ¿Crees que es posible llegar a comprender los sentimientos ajenos?
—No saques el tema de tu vida amorosa.
—¿Mi vida amorosa?
—¡Déjalo ya! —dijo Leticia. Prefería saber lo menos posible de la vida amorosa de Fernando. Ni siquiera sabía por qué la había mencionado— No consigo comprender que una emoción que a mí me paraliza a ti te resulte maravillosa.
—Ya. —Fernando se encogió de hombros— Quizá a mí en lugar de paralizarme me hace sentir eufórico. —tomo la mano de Leticia y la llevó hacia el centro de la nave— Voy a enseñarte a enrollar un paracaídas.
—¿Tendré que hacerlo cuando vaya a saltar?
—Cada uno enrolla el suyo. Es la manera de asegurarse que está bien.
—¿Y si cometes un fallo?
Fernando le guiñó un ojo.
—Limítate a hacerlo bien, y no tendrás de qué preocuparte.

 

 

CAPÍTULO 45

 

El avión, era pequeño y estaba lleno de gente. Fernando acompañó a Leticia a un asiento. Ella .se abrochó el cinturón de seguridad con firmeza. Aparte del piloto, sería la única en quedarse en el avión hasta el aterrizaje.
Mientras Omar preparaba el avión para despegar, los monitores dieron las últimas instrucciones a sus pupilos. Leticia empezó a sentir claustrofobia  y decidió mirar por la ventana. Fernando se sentó a su lado. Llevaba un espantoso mono naranja.
—¿Es la última moda? —bromeó ella. Fernando sonrió y le tomó la mano.
—¿Estás nerviosa?
—Claro que no. —dijo ella, pensando que sí lo estaría si Fernando seguía tocándola— Ni siquiera voy a saltar.
—Sí que lo estás.
—¿Y te alegra?
—Será una buena experiencia ver el salto sin arriesgarte. —Fernando señaló con la cabeza al grupo— Todos ellos saltan por primera vez. Ya verás lo eufóricos que están cuando lleguen a tierra. Es contagioso.
Leticia no creía que su entusiasmo llegara a contagiarla. Miró la tierra con nostalgia a medida que se separaban de ella.
—Toma. —Fernando le dio unos auriculares— Póntelos cuando saltemos y podrás comunicarte con Omar. Él te explicará lo que vaya sucediendo y tú podrás preguntarle lo que quieras.
Leticia asintió en silencio. Fernando tenía los ojos brillantes. Apretó la mano de Leticia a modo de despedida y se unió al resto del grupo. Cuando formaron una fila para lanzarse, Fernando volvió junto a Leticia.
—Disfruta de las vistas. —dijo. Y poniéndole la mano en la mejilla y la boca en la oreja añadió— Te veo luego.
—Suerte, Fernando. —Leticia tragó saliva. Tenía un nudo en la garganta. Alzó la mano y apretó la de Fernando— Ten mucho cuidado.
Él sonrió.
—Siempre lo tengo.
Leticia apartó la vista cuando se abrió la escotilla. No quería mirar al vacío En pocos segundos, se había quedado sola y la trampilla volvió a cerrarse.
Omar ladeó el avión hacia la izquierda y los paracaidistas entraron en su campo de visión. Fernando era perfectamente reconocible por su indumentaria.
Leticia contuvo el aliento mientras lo veía descender. Después de lo que le pareció una eternidad, el paracaídas se abrió y empezó a flotar. Leticia pudo respirar. Aunque no había llegado al suelo al menos había dejado de caer en picado.
—De pronto oyó que Omar decía algo.
—¿Qué?
—Tiene problemas. —dijo Omar— Pero no te preocupes… ¡Vamos Fernando, date prisa!
El paracaídas de Fernando se había soltado y Leticia vio horrorizada cómo se alejaba suavemente de él mientras Fernando seguía cayendo.
De pronto la voz de Omar estalló en sus oídos con un juramento y se dio cuenta de que había gritado sin darse cuenta.
—¡Tranquila, Leticia! Ha soltado el paracaídas a propósito. Es lo que se hace cuando no funciona bien.
—¿Cómo? —preguntó ella con voz quebradiza.
—Le queda mucho tiempo. El paracaídas de reserva se abrirá pronto.

 

 

CAPÍTULO 46

 

Las palabras de Omar no lograron atravesar la niebla que se había formado en su mente. Leticia no podía apartar los ojos del punto que representaba a Fernando.
Caía y caía sin remedio… Hasta que al fin se abrió el paracaídas de reserva y tiró de él hacia arriba.
Había pasado el peligro. Fernando estaba a salvo.
—¡Dios mío! —musitó. Apoyó la cabeza en la ventanilla y cerró los ojos. Unas lágrimas rodaron por sus mejillas.
Omar se apresuró para volver a tierra. Al llegar vieron a Fernando, sano y salvo, que ya los esperaba en la pista de aterrizaje sin dar la menor muestra de inquietud.
Por contraste, Leticia no podía dejar de temblar. Pero en cuanto él le pasó el brazo por los hombros se sintió mejor, oír su voz contribuyó a reconfortarla. Si hacía un gran esfuerzo, estaba segura de que conseguiría comprender lo que le estaba diciendo.
—No he corrido peligro. Para eso son los paracaídas de emergencia. El principal estaba rasgado y lo más seguro en esos casos es soltarlo y usar el de reserva, Leticia.
—¿Cómo puede rasgarse un paracaídas? —preguntó Leticia, apartándose de él y abrazándose a sí misma para dejar de temblar— Me juraste que eran seguros.
—Pasa ocasionalmente. A veces se rasgan las costuras. Por eso llevamos uno de emergencia.
Leticia lo miró con suspicacia al ocurrírsele una espantosa idea.
—¿Lo has hecho a propósito?
—¿Qué?
—¿Lo has hecho para asustarme?
Fernando puso los ojos en blanco.
—Leticia, no seas paranoica. ¿Cómo se te ocurre algo así?
—Porque quieres que me eche atrás.
Fernando dejó escapar un juramento.
—Está bien. Voy a demostrarte que no he mentido. Ven conmigo —tomó a Leticia de la mano y tiró de ella.
—¿Adónde vamos?
—A buscar el paracaídas. —señaló hacia el este— No creo que tardemos más de una hora.
—¿Estás loco?
Fernando la asió con fuerza y aceleró el paso.
—¡Camina! —ordenó.
Finalmente encontraron el paracaídas a media hora de distancia. Estaba enredado en un arbusto. Fernando lo agarró por las cuerdas y lo liberó.
—Aquí tienes, malpensada.
Una de las costuras estaba desgarrada. Leticia asintió. Estaba sudorosa y avergonzada. Se dejó caer sobre una piedra mientras Fernando recogía el paracaídas y lo guardaba en la bolsa. Sabía que debía disculparse pero no encontraba las palabras.
Fernando guardó los restos del paracaídas y se sentó a su lado, al tiempo que le retiraba un mechón de cabello tras la oreja.
—¿Me crees ahora?
—Sí. —musitó ella— Siento haberte acusado de hacerlo a propósito.
—No importa. Supongo que crees que cualquier cosa vale tanto en el amor como en la guerra.
Amor. ¿Por qué habría pronunciado la palabra que Leticia llevaba días evitando recordar? No podía enamorarse de Fernando. Pero tampoco podía evitar reaccionar como lo hacía cada vez que la tocaba, o sentir pánico al creer que podía tener un accidente…

 

 

CAPÍTULO 47

 

—¿Por qué tienes esa cara de preocupación? —preguntó él.
—¿Tú qué crees? ¿A lo mejor porque me da miedo que mi paracaídas se rompa cuando esté a miles de metros de altura? —Leticia prefirió recurrir a una excusa que admitir que pensaba en ellos dos.
Fernando sonrió.
—No tienes de qué preocuparte. Saltaremos juntos. Ya decidirás si quieres saltar sola.
Leticia estuvo a punto de decir que ni siquiera estaba segura de querer probarlo. En el fondo tenía claro que Fernando merecía quedarse con la compañía.
Adoraba su trabajo. Él era el verdadero heredero de la tradición familiar, el continuador del sueño de su abuelo.
Ensimismada en sus reflexiones, percibió el brazo de Fernando rodearle la cintura y sin saber cómo, rodaron por el suelo y se encontró tumbada sobre él. Aunque la postura no le desagradó en absoluto, una voz interior le exigió que protestara.
—¿Qué haces Fernando?
El pestañeó con cara de inocencia.
—Es una buena ocasión para practicar. No haces más que quejarte de que el monopatín es una tontería.
—¿Y estar tumbada sobre ti me va a servir de algo?
—Vamos a intentarlo —Fernando le sujetó los brazos en cruz. Leticia lo miró. Estaba a unos centímetros de ella. Con que dejara de hacer fuerza con el cuello, estaría besándolo.
Y no valía la pena que le diera un tirón en el cuello por evitar…
Pero en cuanto empezó a bajar la cabeza, Fernando le movió los brazos como si estuviera suspendida en el aire, al tiempo que le daba explicaciones sobre lo que debía hacer para contrarrestar las sacudidas del viento.
Leticia suspiró.
Hombres. Siempre tan inoportunos
—Fernando.
—¿Sí?
Leticia se soltó, lo asió por las muñecas y le sujetó los brazos en el suelo con firmeza por encima de la cabeza.
—¡Ya está bien! —exclamó.
Fernando abrió los ojos con sorpresa.
—¿Qué?
—Ya no aguanto más. O te aprovechas de la situación o lo haré yo.
Fernando se echó a reír y Leticia agachó la cabeza para besarlo. Y entonces sí sintió la ausencia de gravedad. Fernando era tan dulce, sus labios sabían tan bien, que habría querido enredarse en su cuerpo y caer con él al vacío.
—¿Lety? —dijo él, durante una pausa de una fracción de segundo para tomar aliento.
—Sí —musitó ella, cerrando la distancia entre ellos con más besos.
—Leticia, no sigas. Esto no puede ser.

 

 

CAPÍTULO 48

 

Fernando no parecía tener demasiada convicción en lo que decía. Su cuerpo, sus ojos, sus manos, lo contradecían.
—¿A qué te refieres? —dijo ella, susurrante, con una sonrisa en los labios— A mí me parece que está muy bien.
Fernando se dio por vencido.
—Tienes toda la razón.
—Entonces lo mejor es que practiquemos.
Fernando volvió a resistirse.
—Pero tú estabas en lo cierto. No deberíamos complicar las cosas mientras no hayamos resuelto el asunto de Aventureros Intrépidos.
—No es tan complicado. Sólo hay que juntar nuestras bocas y ya está. Deja que te lo demuestre.
Fernando le dejó. Hasta que finalmente la empujó y Leticia rodó sobre su espalda. Durante unos segundos se quedaron juntos, mirando al cielo.
Leticia se sorprendió por el aparente rechazo, pero contraatacó diciendo:
—Fernando, tal y como lo te advertí nunca mantendría una relación con alguien como tú.
—Ya lo sé.
—¿Y estás de acuerdo conmigo?
—No.
—¿Por qué no?
—Creo que deberías tener una mentalidad más abierta.
—He estado siempre rodeada de adictos a la adrenalina y no quiero tener una relación con otro.
—Ah.
—Quiero alguien aburrido que considere que coleccionar timbres es una gran aventura. Alguien a quien le baste contemplar el firmamento desde tierra.
—¿Un astrónomo? ¿Estás loca?
—¿Por qué?
—Porque dormirás sola muchas noches.
—Puede que tengas razón. Está bien. Los astrónomos quedan tachados de la lista.
—Yo podría volver a coleccionar timbres. Seguro que mamá sabe dónde está guardada.
—¿Dónde está guardada el qué?
—Mi vieja colección de timbres.
—¿Tienes una?
—Sí. En el fondo soy muy versátil. Hasta puedo ser aburrido.
Leticia rió.
—Eso no es verdad. En cambio yo sí. Vivo con mis gatos, trabajo en una biblioteca. Mi vida es totalmente rutinaria.
—Las bibliotecas contienen todo tipo de aventuras.
—Puede que tengas razón. —admitió Leticia— Pero eso no cambia nada. Somos completamente distintos.

 

 

CAPÍTULO 49

 

—Tengo entendido que los opuestos se atraen. Y si no damos rienda suelta a nuestros instintos, ¿qué propones que hagamos con la química que hay entre nosotros? –dijo Fernando.
—No lo sé. Ignorarla. Buscar a alguien más apropiado.
—¡Qué poco romántica eres! ¿Crees que hablar de terceras personas es lo más apropiado para una conversación de dormitorio?
Leticia rió.
—¿Hablar tumbados en medio de la nada es para ti una conversación de dormitorio?
Fernando se quitó la chamarra, la dobló y la deslizó bajo la cabeza de Leticia.
—Ya tienes almohada.
—Muchas gracias. —dijo Leticia, dejando que el aroma de Fernando la envolviera— ¿Qué consideras tú una buena conversación de dormitorio?
—Eres preciosa —dijo él, acariciándole el cabello.
—No resulta demasiado original, pero no está mal. Continúa.
Fernando sonrió.
—No creo que vaya a encontrar otra artista tan guapa como tú y con una sola cana.
—Por cierto, ¿no te lo he dicho?
—¿Qué?
—He encontrado dos más.
—¿Tres canas? Vas camino del desastre.
—Voy a tener que comprar un rotulador para teñirlas.
—Si me dejas usarlo, yo mismo te lo compraré. —Fernando le peinó el cabello con los dedos— Puede que descubra que tengo dotes artísticas.
Leticia se sentó súbitamente.
—¡No te muevas!
—¿Qué?
—Quiero dibujarte.
Fernando miró a su alrededor.
—¿Con qué? ¿Con un palo sobre un cactus?
Leticia buscó en sus bolsillos y sacó un diminuto cuaderno.
—Siempre llevo esto conmigo –dijo con una sonrisa triunfal.
—Pero es demasiado pequeño…
—Es suficiente para dibujar un pingüino.
Fernando rió y luego guardó silencio. Leticia lo dibujó contemplando las nubes. El lápiz pareció adquirir vida propia, y cuando el dibujo fue surgiendo en el papel resultó ser Fernando y no Diego.
Leticia sintió que el corazón se le encogía. Era un buen dibujo y, al mismo tiempo, extremadamente revelador. Su corazón empezó a latir con fuerza. Sus obras nunca le mentían. La intensidad de sus sentimientos hacia Fernando se había plasmado en el papel.
Tras guardar el cuaderno se echó junto a él, que entretanto se había quedado dormido, y lo contempló con resignación. A pesar de sus esfuerzos por evitarlo, había acabado por enamorarse locamente de Fernando. Y mentirse no le serviría de nada.

 

 

CAPÍTULO 50

 

La visita de Leticia a la casa de Paula María y Jaimito fue muy reveladora.
Leticia le regaló a Jaimito su último libro y éste lo hojeó feliz, aunque boca abajo. Pero cuando Leticia fue a quitárselo para enseñarle su página favorita, Jaimito sufrió una de sus pataletas.
Un rato después, y tras la intervención tranquilizadora de Paula, los tres se sentaron a la mesa de la cocina.
—Lo siento. —se disculpó Paula María— Se pone nervioso con la gente que no conoce.
—No te preocupes, ha sido mi culpa.
—Me da mucho trabajo. ¡Menos mal que Fernando ha venido a ayudarnos! — confesó Paula— Hemos empezado un nuevo tratamiento y necesitamos su apoyo.
—He oído que Fernando es el padrino de Jaimito y que se toma su responsabilidad muy en serio.
—Así es. Y Jaimito necesita una figura masculina a su lado. Supongo que cuando Fernando se quede con Aventureros Intrépidos no podrá dedicarnos demasiado tiempo, pero aun así… Siempre ha cumplido sus promesas y sabe que lo necesitamos.
—¿Así que sabes lo de Aventureros Intrépidos?
—Sí. —Paula María sonrió— Parece producto de la intervención divina.
Leticia soltó una risita nerviosa.
—¿A qué te refieres?
—Al hecho de que Fernando pueda quedarse en la ciudad sin dejar de hacer lo que más ama.
—Ah —Leticia contempló a Jaimito y se mordió el labio. Era por eso que Fernando necesitaba tan desesperadamente la compañía. ¿Por qué no se lo habría dicho? De pronto lo veía todo desde otra perspectiva.
Su celular sonó y Jaimito la ayudó a encontrarlo en su bolso. Leticia pidió disculpas a Paula María y contestó.
—¡Hola, papá!
—Hola, cariño, ¿cómo estás?
Leticia frunció el ceño. Su padre apenas usaba el teléfono.
—Muy bien, gracias.
—He hablado con los chicos esta mañana y…
—¿Qué chicos?
—Fernando y Omar. Tengo entendido que el otro día lo pasaste muy mal.
—¿Te refieres al paracaídas rasgado? —Leticia se estremeció al recordar la escena— Sí. Fue espantoso.
—Pasa muy a menudo —dijo su padre—. No hay de qué preocuparse.
—¿Muy a menudo?
—Bastante. Dicen que te llevaste un buen susto.
Leticia se enfureció. ¿Qué derecho tenía Fernando a ir con cuentos a su padre?
—No fue nada, no te preocupes —mintió Leticia.
Su padre suspiró.
—Leticia, estoy seguro de que pasaste un miedo horroroso.
—¿Cuándo pensé que Fernando iba a estrellarse y matarse? Claro que sí.
—¿Por qué no te das por vencida? Sabes que no estás hecha para esto.
—Papá…
—Tu madre quiere que te diga que te queremos tal y como eres, y que no necesitas demostrarnos nada. Todavía estás a tiempo de echarte atrás.
—¡Papá! —Leticia tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener la calma— No voy a echarme atrás, así que no intentes convencerme. Dale un beso a mamá de mí parte. ¡Adiós!
Leticia guardó el teléfono en el bolso con furia.
—¿Qué era eso de que Fernando podía haberse matado? —preguntó Paula con preocupación.
Leticia se reprendió por no haber tenido más cuidado con lo que decía.
—No fue nada. Lo acompañé el otro día a un salto y tuvo que usar el paracaídas de emergencia,  pero no corrió ningún peligro.
Paula suspiró.
—Sé que es muy cuidadoso. Nunca le ha pasado nada.
—Claro que no. No tienes de qué preocuparte –dijo Leticia, con una sonrisa tranquilizadora.
Al mirar a Jaimito recordó que había mucho más en juego de lo que había creído inicialmente. Tendría que reflexionar y decidir qué pasos seguir.

 

 

CAPÍTULO 51

 

—¡Que no, Carolina, no insistas! Por mucho que me guste, no va a pasar nada entre nosotros.
Carolina estaba ejerciendo nuevamente de celestina y estaba volviendo loca a Leticia.
—¿Por qué no? ¿Crees que estoy ciega? Está claro que estás enamorada de él.
—No es verdad.
—Sí lo es.
—Da lo mismo. No va a pasar nada.
Carolina gruñó y miró al techo.
—Deja de buscar excusas. No me digas que son demasiado distintos o que es tu enemigo porque tus padres quieren venderle la compañía. Dame una buena razón y te dejaré en paz.
Leticia suspiro. Ni siquiera ella sabía por qué.
—Porque él es como es y yo soy como soy.
—Eso suele pasar. Y por eso mismo uno se enamora de otra persona: porque es como es. De hecho, hacen una pareja perfecta.
—Somos radicalmente opuestos.
—Por eso mismo. —Carolina separó un imán de la puerta del refrigerador y volvió a pegarlo— Mira, los opuestos se atraen.
—Fernando se aburriría conmigo.
Era la primera vez que Leticia expresaba su miedo más íntimo. Pero Carolina no pareció darle la menor importancia.
—Leticia, —dijo en tono de exasperación— que no seas una adicta a la adrenalina no significa que seas aburrida. ¡Estás obsesionada! Es evidente que Fernando no te considera aburrida.
—Piénsalo, Carolina. Yo odio todo lo que él ama. No podríamos hacer nada juntos.
—Leticia, el negocio de aventuras es su trabajo, no su vida.
—En eso te equivocas. Es su vida, como ha sido la de mis padres…
—Precisamente: ha sido. Tus padres van a retirarse porque quieren vivir otra vida.
–Carolina podía tener razón. Leticia los había oído hablar con entusiasmo la noche anterior de sus planes de futuro.
—Y después de todo, Fernando ha venido para asentarse. —continuó Carolina— Quiere establecerse y comprar la compañía.
—Vas a decirme que somos compatibles porque va a comprar la compañía de mis padres?
Carolina se cruzó de brazos y le lanzó una mirada furibunda.
—¿Por qué eres tan necia? Al menos prométeme que te acostarás con él.
—¿Qué?
—Ya sabes: sexo apasionado. Tú. El.
Carolina era una maestra en resumir con monosílabos.
—No lo había pensado.
—¿A quién intentas engañar? Si no lo haces, te arrepentirás el resto de tu vida.
Leticia tuvo que admitir que Carolina tenía parte de razón. Y prometió pensárselo.

 

 

CAPÍTULO 52

 

Leticia tomó una decisión: Fernando se quedaría con Aventureros Intrépidos. Lo necesitaba, le apasionaba, y la compañía estaría mucho mejor en sus manos que en las de ella. Llegar a esa conclusión la hizo sentirse bien.
Pero también tomó otra: a pesar de todo, saltaría en paracaídas antes de comunicarle a Fernando que le cedía Aventureros Intrépidos.
Sí, saltaría. Aunque sólo fuera para demostrarse a sí misma, y probablemente a Fernando, que era capaz de hacerlo.
Sólo faltaba un día para el salto conjunto y aquella sería la última sesión de dibujo. El libro estaba prácticamente terminado y Leticia ya no necesitaba a Fernando, pero quería prolongar aquellos encuentros. Había algo mágico y sensual en estar juntos, en silencio, mientras ella lo dibujaba.
Iba a echarlo mucho de menos. Carolina tenía razón. No debía dejar pasar una oportunidad corno aquella.
—Carolina dice que deberíamos acostarnos. —comentó como de pasada— Levanta la cara y mira hacia la derecha, por favor.
La expresión que se le había puesto a Fernando en aquel momento no le servía para ninguna de las escenas del cuento, pero valía la pena plasmarla en el papel. Era fantástica.
—¿De verdad? —preguntó él, cuando consiguió recuperar el habla. Al ver que Leticia asentía, continuó— ¿Y te ha dado algún otro consejo?
Leticia sacudió la cabeza.
—No. Creo que nos considera capaces de decidir los detalles nosotros mismos.
Fernando asintió.
—Estoy seguro de que no tendríamos ningún problema. Aunque quizás necesitemos documentarnos y ensayar.
—¡Cuánto trabajo!
—Ya sabes que soy muy trabajador.
—Estoy a punto de terminar. —dijo Leticia, cambiando de tema— Ya no voy a necesitarte más.
Fernando la miró con desilusión.
—¡Qué lástima! Me gusta que me dediques tanta atención.
—No te costará encontrar trabajo como modelo en alguna escuela de arte.
—¿Desnudo?
—Probablemente. ¿Algún problema? — Preguntó Leticia con tono burlón.
—No sé. Pídeme que me quite la ropa a ver qué opinas.
Leticia se puso a garabatear en el papel. Era una sugerencia tentadora. Pero finalmente sonrió y guardó silencio.
—Sigo pensando que deberíamos salir algún día juntos, tal y como sugerían tus padres —dijo él.
Leticia hizo una mueca.
—No pienso hacer nada que sugieran mis padres. ¿Por qué no te gusta la idea de Carolina?
—Claro que me gusta. De hecho me parece genial.

 

 

CAPÍTULO 53

 

Leticia sonrió con malicia.
—¿Has considerado alguna vez las posibilidades que tiene el salto conjunto? ¿Alguna vez te has besado con alguna chica en el aire?
—No.
—¡Qué poco original!
—Tienes razón. Podría ser una de las nuevas actividades: Salto a besos.
—Seguro que tendría mucho éxito. ¿Y por qué no incluir un poco de manoseo?
—¿Manoseo? —Fernando miró a Leticia perplejo— ¿Te das cuenta de que estamos teniendo una conversación muy extraña?
—Es para la página cincuenta y nueve. Diego no comprende el comportamiento de Violeta.
—¿Quieres decir que estás diciendo cosas para manipular mis expresiones faciales?
—No exactamente.
Fernando guardó silencio durante varios minutos y se dedicó a mirar a Leticia intensamente. Ella fingió concentrarse en el dibujo hasta que finalmente levantó la vista y la forma en la que él la estaba observando hizo que se le derritiera el corazón.
—Ven aquí –dijo él, insinuante.
Leticia sabía que iba a obedecer, pero prefirió fingir que se resistía.
—¿Para qué?
—Ven y te lo demostraré.
Leticia siguió garabateando y mirándolo. Estaban intercambiando unas sonrisas que hablaban por sí solas, pero aun así, siguió retrasando el momento. Tampoco Fernando insistió. Durante varios minutos siguieron así, mientras la temperatura de la habitación iba subiendo y el aire se llenaba de electricidad.
Finalmente, Leticia dejó el cuaderno y, acercándose a Fernando, tomó su cara entre sus manos. Él posó las suyas sobre las de ella y le besó las palmas. A continuación, el deseo contenido estalló y se besaron durante varios minutos… Hasta que, una vez más, se oyó la llave de Carolina en la cerradura.
Leticia se incorporó de un salto y se alisó la ropa mientras Fernando se limitaba a gruñir.
—Carolina me cae bien y sus sugerencias me encantan, pero tiene que mejorar su sentido de la oportunidad. O si no, tendremos que vernos en mi casa.
A Carolina le bastó una ojeada para meterse en su dormitorio sin tan siquiera saludar, pero la magia se había roto.
Leticia volvió a tomar el cuaderno y Fernando cerró los ojos. Cuando los abrió, su mirada contenía una promesa: «Más adelante».
Y Leticia rezó para que «más adelante» llegara pronto.

 

 

CAPÍTULO 54

 

—¿Cómo que ya está todo arreglado? —preguntó Fernando indignado — ¿Ni siquiera has esperado a ver qué hacía Leticia?
—No lo he considerado necesario –respondió Erasmo.
Fernando cerró los ojos. Quería a Erasmo como a un padre, pero a veces era terriblemente desconsiderado.
—Erasmo, voy de camino a recogerla. En menos de una hora va a saltar en paracaídas.
—¿Va a saltar? —preguntó Erasmo, perplejo— ¿De verdad? Nunca pensé que se atrevería.
—Pues te has equivocado.
Erasmo suspiró.
—He cometido un error de cálculo. Tendré que hablar con ella.
—Ya lo haré yo —murmuró Fernando. Erasmo no era el rey de la diplomacia y prefería ser él quien le diera la noticia a Leticia.
—No. —dijo Erasmo con firmeza— Leticia es mi hija y me corresponde a mí hablar con ella.
Fernando tuvo que morderse la lengua para no responder con una impertinencia. Después de todo, era Erasmo quien había creado aquella incómoda situación y quien debía aclarar las cosas con su hija.
—Está bien. Hazlo tú.
—Muy bien. La llamaré después del salto.
—¿Después?
—Si mi hija quiere ponerse a prueba a sí misma, no seré yo quien se lo impida.
—Erasmo…
—Créeme, hijo. Es lo mejor.
Fernando apretó los dientes y guardó el teléfono en el bolsillo.
Leticia había hecho todos los preparativos la noche anterior. Llevaba varios días tomándose en serio las clases y practicando con una determinación que lo había impresionado. Especialmente porque no lograba disimular el terror que le causaba todo eso.
Estacionó su coche delante de su casa sin saber qué hacer. ¿Tendría razón Erasmo o debía decirle él mismo que hiciera lo que hiciera nunca se quedaría con la compañía?
Cabía otra la posibilidad: que Leticia se echara atrás en el último momento y la situación se resolviera por sí sola.
Estaba tan ensimismado que no vio a Leticia salir y meterse en el coche. Lo saludó con una amplia sonrisa que él no tuvo dificultad en devolver. Era irresistible.
—Por fin ha llegado el día —dijo ella, con un suspiro.
—¿Estás segura de que quieres seguir adelante? —preguntó Fernando, mirándola fijamente. Si le daba la mínima indicación de que quería echarse atrás…
—Sí. Estoy muerta de miedo pero quiero demostrarme que soy capaz de hacerlo. Aunque nunca llegue a saltar sola. —miró la hora— Hay que apurarnos. Vamos a llegar tarde.
Fernando condujo hacia el aeropuerto con un angustioso sentimiento de culpa, contrarrestado por una vocecita maliciosa que le decía que al fin y al cabo no era más que el espectador de un conflicto entre Leticia y sus padres. Pero para cuando llegaron, su lealtad hacia ella pudo más y volvió a sentir el impulso de decirle la verdad.
Sin embargo, antes de que abriera la boca, Leticia había tomado el paracaídas y avanzaba con paso decidido hacia el hangar. Era demasiado tarde.

 

 

CAPÍTULO 55

 

A Leticia le costaba creer que hubiera llegado el momento de poner en práctica lo que había aprendido. Se aferró al brazo de Fernando y éste le apretó la mano al tiempo que le dedicaba una sonrisa tranquilizadora.
—¿Estás nerviosa?
—Lo estaría si fuera capaz de pensar —admitió ella. Lo cierto era que su cerebro no estaba funcionando. Se limitaba a actuar como una autómata.
En más de una ocasión se dijo que no tenía por qué hacerlo. Tras visitar a Paula María había tomado la decisión de que Fernando debía quedarse con la compañía. Si no había cancelado el salto era porque quería demostrar a su padre que no se daba por vencida.
Y casi sin darse cuenta, había llegado el día y ya no podía echarse atrás.
—No te preocupes. —le susurró Fernando— Todo irá bien.
Leticia asintió.
A partir de ese instante todo transcurrió como en sueño; el encuentro con sus compañeros, la subida al avión, el despegue… Hasta que Fernando la ayudó a ponerse de pie y colocó el arnés que los mantendría unidos en el salto.
Sus cuerpos estaba en contacto y Fernando apoyó sus manos en las caderas de Leticia al tiempo que le hablaba al oído:
—¿Recuerdas todo lo que te he enseñado? —Leticia asintió con la cabeza. Fernando le dio un fuerte abrazo— No te preocupes, yo estaré todo el tiempo contigo.
Aunque Leticia sentía los labios congelados, consiguió hablar:
—¿Vas a manosearme durante la caída? —bromeó con  voz temblorosa.
Fernando soltó una carcajada.
—¿Mejoraría las cosas?
—Al menos me distraería.
—Pero corremos el riesgo de que me guste tanto que me olvide del paracaídas.
Leticia se estremeció y Fernando se enfadó consigo mismo por su falta de delicadeza.
—No–te preocupes. He saltado cientos de veces y nunca me ha pasado nada.
Desde el momento que se abrió la escotilla, Leticia tuvo la sensación de que abandonaba su cuerpo y veía lo que pasaba desde la distancia. En el último momento, Fernando le dio la oportunidad de cambiar de opinión pero ella sacudió la cabeza.
Y de pronto, habían saltado del avión.
Y la sensación era tan espantosa como la había imaginado. El horror la paralizó. Cerró los ojos con fuerza y se concentró en respirar al tiempo que se decía que no estaba sola y que no tenía nada que temer.
De pronto se abrió el paracaídas, sintió un tirón hacia arriba y en lugar de caer en picado, pasaron a flotar en el aire.

 

 

CAPÍTULO 56

 

Leticia abrió los ojos una fracción de segundo y volvió a cerrarlos. Fernando la rodeó con sus brazos y gritó:
—¿Estás bien?
Leticia levantó el dedo pulgar. Al menos estaba viva.
Mantuvo los ojos cerrados a pesar de las constantes referencias de Fernando a la espectacularidad de las vistas. Ya las contemplaría en fotografías.
Finalmente, cuando llegó el momento de aterrizar, recordó las lecciones de Fernando y encogió las piernas para amortiguar el choque. Aunque la sacudida la recorrió de arriba abajo, los dos consiguieron mantenerse en pie.
Cuando se detuvieron tras dar varios traspiés, Fernando soltó el arnés y recogió el paracaídas con rapidez. Se quitó el casco y sonrió entusiasmado.
—Un salto perfecto Lety, lo has hecho fenomenal.
Leticia se quitó el casco, lo dejó caer y miró a Fernando como si quisiera decir algo. A continuación, dio media vuelta y vomitó.
Fernando la vio cómo se tambaleaba hacia una roca y, tras sentarse, se cubría el rostro. Le temblaba todo el cuerpo. Fernando se maldijo mientras acababa de recoger el paracaídas para darle tiempo. Tenía la impresión de que prefería estar sola. No estaba hecha para aquel tipo de experiencias. Él lo sabía perfectamente y no debería haber aceptado que pasara por aquello.
Estaba extremadamente pálida, aterrorizada. Se hincó a su lado y le dio una palmada en la rodilla.
—¿Estás bien?
—¡Maldita sea! —gruñó ella, dándole la espalda.
—No te ha gustado, ¿verdad?
Leticia se puso en pie esquivando su mirada.
—Vamos con los otros.
Fernando comprendió que necesitaba tiempo para recuperarse.
—Muy bien. Tenemos que ir en esa dirección. —señaló hacia la carretera— Los veremos allí.
Leticia no le dirigió la palabra en todo el recorrido y una vez en el hangar, intentó marcharse sin tan siquiera despedirse. Fernando la detuvo junto a la puerta.
—¿Adónde vas?
Leticia no lo había mirado a los ojos en ningún momento y Fernando empezó a inquietarse.
—Fernando, —dijo ella, con un suspiro— quiero estar sola. Necesito descansar y relajarme. —se frotó la frente con el dorso de la mano. Seguía muy pálida— No me siento bien.
—Espera un segundo. Yo mismo te llevaré.
Leticia sacudió la cabeza.
—He llamado a un taxi.
Fernando no quiso discutir.
—Está bien, pero esta noche pasaré a verte.
—No –dijo ella. Y se fue.
Fernando se quedó mirándola y suspiró. Si Leticia estaba furiosa, no quería imaginar cómo iba a reaccionar cuando Erasmo le contara la verdad sobre Aventureros Intrépidos.

 

 

CAPÍTULO 57

 

Al llegar a casa Leticia desconectó el teléfono y se dio un prolongado baño de burbujas. Al salir, se envolvió en una toalla y contemplo su imagen en el espejo.
Estaba segura de que le habían salido unas cuantas canas. Y ni siquiera tenía el consuelo de que Fernando se las contara. Sus manos nunca más se posarían sobre su cabeza.
Aunque la tarde sólo había empezado, se puso la pijama y decidió echarse en el sofá a ver la televisión. Tenía hambre pero temía vomitar si comía algo. Con sólo cerrar los ojos veía ante sí un vacío que le revolvía el estómago.
Para cuando Carolina llegó, ya había visto los capítulos de tres telenovelas y dos series, y tenía el cerebro suficientemente anestesiado. Su amiga se sentó a su lado.
—Veo que es uno de esos días de pijama. Deberías haberme avisado.
—Ya ves —murmuró Leticia.
—Y de telenovelas. Tienes toda la pinta de estar celebrando una fiesta de autocompasión. ¿Puedo apuntarme?
—Te equivocas. Para ser una fiesta de autocompasión tendría que tener chocolate.
—Tienes razón. ¿Cómo ha ido el salto?
—No demasiado bien.
Al ver que Leticia no entraba en detalles, Carolina insistió.
—¿Lo has hecho o no?
—Sí —dijo Leticia, estremeciéndose.
—¡Enhorabuena! ¡Eres fantástica!
Leticia no consideraba que se mereciera ninguna alabanza. El salto había sido más humillante que espectacular.
—¿Qué ha pasado? —preguntó de nuevo Carolina.
—He vomitado en cuanto hemos tocado tierra. Y delante de Fernando.
—¡Pobrecita! Pero lo importante es que lo has hecho.
—Puede que sí —dijo Leticia, sin ningún entusiasmo.
—¿Y por qué estás deprimida?
—Porque Fernando me ha visto vomitar.
—¿Y qué?
—Ha sido espantoso. He hecho el ridículo.
—No seas tonta. Estoy segura de que le pasa a muchísima gente y Fernando está acostumbrado. Al menos no has vomitado encima de él. Eso sí habría sido horrible.
Como de costumbre, Carolina prefería quedarse con el lado positivo de la situación.
—Fue una pesadilla. —explicó Leticia— Creí que lo peor sería la caída libre, pero todo ha sido igual de horroroso. La espera en el avión, sentir que flotaba en el aire… Estaba aterrorizada. —se puso boca abajo y escondió la cabeza bajo un cojín— ¿Por qué tengo que ser tan cobarde? —gimió.
—La mayoría de la población lo es. Sólo unos pocos deciden hacer paracaidismo. —protestó Carolina— Por ejemplo, yo no lo haría ni por todo el oro del mundo.
—Ni siquiera he hecho el salto en solitario —Leticia se giró boca arriba y contempló el techo. En el fondo sabía que la angustia que sentía no se debía al salto, sino a la certeza de que si no podía superarlo, tampoco podría estar con Fernando.
—Y no lo haré. Ni eso ni ninguna otra actividad. Fue una estupidez creer que podría intentarlo.

 

 

CAPÍTULO 58

 

—¿Estás segura? –dijo Carolina, sorprendida.
—Ni quiero ni puedo. Y no estoy dispuesta a someterme a esa tortura sólo para demostrar a los demás que soy capaz de hacer lo mismo que ellos.
—¿Y qué va a pasar con Aventureros Intrépidos?
Leticia sacudió la cabeza.
—Ya no me preocupa. Decidí hace días que Fernando debía quedársela. Pero, aun así, quería probarle que era capaz de saltar. Y sólo he conseguido darle la razón: no soy ni aventurera ni intrépida. Soy una cobarde.
—¡No lo eres! —exclamó Carolina, tirándole un cojín a la cabeza— Deja de infravalorarte. Tu instinto te hace evitar el peligro, y eso demuestra que eres una especie avanzada. Darwin estaría orgulloso de ti.
Leticia rió quedamente y Carolina le dio una palmadita en la rodilla.
—Ahora cuéntame lo importante. ¿Qué pasa con Fernando?
—Nada.
—No mientas. Recuerda que los he cachado in fraganti en más de una ocasión.
Leticia cerró los ojos. No quería recordar.
—Lo que ha sucedido hoy es una prueba de que somos incompatibles. No quiero volver a verlo. Sólo me causaría dolor. —suspiró— Está claro que sigo enamorada de él.
—Leticia, decir que no piensas verlo nunca más y que estás enamorada de él es una contradicción.
—¡No saldría bien! ¿Acaso crees que me respeta después de lo que ha pasado?
—Si dejaras de interesarle porque has tenido un poco de miedo…
—¿Un poco? — gruñó Leticia— No tienes ni idea del terror que he pasado.
—Está claro que necesitas chocolate.
—Tienes toda la razón. Así podré sentir verdadera lástima de mí misma. ¿Tenemos?
—No. Se nos acabó cuando rompí con Pepe, ¿te acuerdas? Pero no te preocupes, voy a ir a comprar. Por si acaso, también traeré helado.
—Eres un encanto.
Carolina se puso en pie pero titubeó.
—¿Qué dijo Fernando del salto y de tu… pequeño problema?
—Que teníamos que hablar. —Leticia abrió los ojos alarmada— ¡Y amenazó con venir a verme! Por favor, si aparece no lo dejes entrar. Dile que he salido.
—Pero…
Leticia alzó la mano.
—Hablaré con él cuando me haya calmado, te lo prometo. Pero ahora no puedo.
Carolina la miró con desaprobación.
—Cuando vuelva con el chocolate lo hablaremos.

 

 

CAPÍTULO 59

 

Al quedarse sola, Leticia continuó viendo la televisión aunque no conseguía comprender nada. ¿Gemelas con hijas siamesas? Había visto muchas telenovelas pero aquél los superaba a todos.
Apenas habían pasado unos minutos cuando oyó la llave en la cerradura y puso los ojos en blanco. Carolina tenía la habilidad de olvidar siempre la cartera.
Pero no eran sus pasos los que se aproximaban. Leticia levantó la cabeza para escuchar y la dejó caer. Era evidente que Carolina se había cruzado con Fernando y le había dejado entrar.
Cerró los ojos con la esperanza de que creyera que dormía, pero él se sentó a su lado y preguntó:
—¿Cómo está mi paracaidista favorita?
—Márchate.
—¿Por qué?
—Quiero estar sola.
Fernando ni se inmutó.
—¿Te ha llamado tu padre?
—¿Mi padre? No lo sé. Descolgué el teléfono. —Leticia se incorporó alarmada— ¿Ha pasado algo?
Fernando sacudió la cabeza.
—No. Creía que te felicitaría por el salto.
Leticia se dejó caer con un gemido.
—No hay nada de qué felicitarme. Márchate.
—No.
—Carolina fue por chocolate y puede que vomite cuando me lo coma. No creo que quieras verlo.
—Ya lo sé. Me ha dicho que estás obsesionada con el incidente.
—¿Ah, sí? Ya pensaré cómo vengarme de ella.
Fernando se inclinó sobre ella y Leticia cerró los ojos como defensa.
—¿Es qué crees que es la primera vez que alguien vomita al llegar a tierra? Pasa todo el tiempo.
—Da lo mismo. —dijo Leticia— Lo importante es que has ganado.
—¿Ah sí? ¿Y cuál es el premio?
—La compañía. —Leticia puso los ojos en blanco— ¿Olvidaste que nos la jugábamos? Es toda tuya.
Fernando se quedó paralizado.
—¿Tan mal estás?
—Tú mismo lo has visto. —dijo Leticia, exasperada. Luego se encogió de hombros— Mis padres no me quieren a cargo y ellos son quienes deben tomar la decisión. Así que la compañía es tuya.
—Leticia, mírame.
—No, estoy viendo la televisión.
—No pienso marcharme.
—Dije que estoy viendo la tele. Es un episodio muy importante y no me dejas seguir el argumento.
—Yo te lo cuento. Como ése no es el padre de las siamesas, su médula no sirve para el trasplante.
—¿De verdad?
—No. Sólo es compatible la médula de la gemela mala y ésta se hará pasar por neurocirujana para matar a las siamesas.
—¡No te creo! ¡Seguro lo estás inventando!

 

 

CAPÍTULO 60

 

Fernando apagó la televisión. Leticia protestó y se abalanzó sobre el control remoto. Forcejearon por él hasta que salió disparado por los aires y cayó a varios metros, junto a Moty, que lanzó un maullido de indignación.
Leticia se encontró en una posición peculiar, cabeza abajo, con la mitad del cuerpo fuera del sofá y Fernando sujetándola con firmeza.
—¿No crees que ya he sufrido bastante por hoy?
—Mmm —fue todo lo que dijo Fernando. Tenía la cara apretada contra su cuello. De hecho, todo su cuerpo estaba pegado al de ella. Olía a limpio y tenía el cabello un poco húmedo.
—¡Suéltame!
—No puedo. Si me muevo, nos caeremos al suelo.
—Me arriesgaré.
—¿Estás segura? —Fernando deslizó una mano por el costado hasta alcanzar su mano— ¿No te parece divertido?
—¿Divertido?
—Bueno, sería más divertido si estuvieras de buen humor y no me preocupara tanto la posición de tu rodilla izquierda.
Más que malhumor Leticia sentía un torbellino de emociones, que pasaba del enfado al pánico y de éste a la desesperación. Todo ello condimentado con una alta dosis de excitación.
Fernando, obviamente, lo notaba y estaba aprovechándose de las circunstancias.
Leticia serpenteó. Al comprobar el efecto que el movimiento tenía en Fernando, sonrió y volvió a retorcerse.
—¿Leticia, qué estás haciendo? —la boca de Fernando había pasado de estar en su cuello a estar sobre su pecho.
Un movimiento brusco los hizo caer al suelo.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —protestó Leticia.
—Nada. —dijo Fernando con una irresistible sonrisa que la enfureció— Pero como vuelvas a retorcerte así vas a meterte en un lío.
—¿No te parece que tirarme desde un avión es suficiente tortura para un día?
—Se me ocurre una tortura mucho más interesante.
El problema no eran las palabras de Fernando sino el tono en el que las estaba pronunciando.
—¡Deja de… ronronear!
Fernando soltó una carcajada y su pecho vibró contra los senos de Leticia. Pero eso no era lo peor. Leticia descubrió que su cuerpo había adoptado vida propia. Su brazo rodeaba el cuello de Fernando, su mano le acariciaba la espalda y uno de sus pies se había enredado en su pantorrilla. Además, tenía el cuerpo arqueado hacia él. ¿Cómo había llegado a aquella posición? No era de extrañar que Fernando la hubiera malinterpretado.
—Estate quieto. –dijo cuando Fernando empezó a mordisquearle el cuello— ¡Quieto! Carolina va a llegar en cualquier momento.
—Te equivocas —murmuró él al tiempo que se ocupaba del otro lado del cuello de Leticia.

 

 

CAPÍTULO 61

 

Ella le tiró del pelo hasta obligarlo a mirarla. ¡Sus ojos eran tan intensos y la contemplaban con tanto deseo contenido!
—Sólo ha ido a la tienda. Volverá en cualquier momento.
Fernando sacudió la cabeza y su cabello rozó la frente de Leticia. La mano de ésta se deslizó hacia él hombro de Fernando, suave y musculoso:
—No. —dijo él con voz ronca— Me ha dicho que no volverá hasta pasada la medianoche. Además, me ha dado las llaves, así que tendrá que tocar el timbre cuando vuelva.
¿Cómo podía traicionarla así Carolina? Seguro que se estaría comiendo todo el chocolate.
—¿Tienes alguna otra excusa, —añadió Fernando, con una seductora sonrisa— o vas a callarte y darme un beso?
Leticia le rodeó el cuello con la mano y hundió los dedos en su cabello.
—Estoy quedándome sin excusas —confesó. Su mente era un torbellino de ideas contradictorias, pero había una que dominaba: «cállate y bésame», y era el mejor consejo que había oído en mucho tiempo.
Asumiendo lo inevitable pero alargando la espera, trazó con un dedo la línea del mentón de Fernando. Este lo capturó entre sus labios y lo mordisqueó. Leticia sonrió. Todo su cuerpo vibraba en anticipación de lo que estaba a punto de suceder.
—¿Estás seguro de que ha dicho después de medianoche? — cuando Fernando asintió, ella se incorporó y le tendió la mano— Ven, quiero que veas mis grabados.
—Espera un momento.
¿«Espera»? ¿Fernando había dicho «espera»? Más le valía tener una buena razón para hacerla esperar.
—Antes deberíamos hablar de la compañía —continuo él.
Al ver que no se movía, Leticia decidió volver a abrazarlo para ver si conseguía hacerle callar.
—Aventureros Intrépidos me da lo mismo. —Leticia le beso el cuello. «Es a ti a quien quiero»— Es toda tuya —«y yo también». Le tiró del cabello hasta que consiguió que girara la cara hacia ella en la posición perfecta para besarlo.
Pero Fernando volvió a decir «espera» contra sus labios. ¿Cómo podían ser los hombres tan irritantes?
A regañadientes, Leticia alejó su rostro unos centímetros y lo miró fijamente a los ojos.
—¿Qué sucede, Fernando?
—Aventurero Intrépidos…
—Es toda tuya.
—Eso es precisamente lo que quería decirte: ya – es mía —dijo con expresión abatida.

 

 

CAPÍTULO 62

 

Leticia se separó de él empujándole el pecho con las dos manos mientras intentaba comprender lo que acababa de oír. No tenía sentido. Y no le gustaba nada.
—¿Qué quieres decir?
—Tu padre me ha llamado esta mañana para decirme que ya han firmado los documentos y que la compañía me pertenece.
Leticia se retiró el cabello de la cara con una mano mantenía la otra sobre el pecho de Fernando.
Podía sentir su corazón latir aceleradamente y, aunque en su interior estaba creciendo un sentimiento hostilidad hacia él, no quiso romper el contacto.
—¿Cómo que esta mañana? ¿Antes de que saltara? —al ver que Fernando asentía, continuó— ¿Quieres decir que incluso antes de que me tirara en paracaídas la compañía te pertenecía?
—Me temo que sí —dijo Fernando, apesadumbrado.
— ¿Y no me lo has dicho? —preguntó Leticia, indignada— ¿Has permitido que saltara para nada?
—Lo siento. Quería decírtelo, pero cuando llegué tú estabas ya lista… Y tu padre me dijo que prefería decírtelo personalmente.
¿Cómo podían sus padres comportarse así con ella? ¿Acaso no le tenían ningún respeto?
—Papá nunca pensó que podría hacerlo. Estaba seguro de que fracasaría —dijo, con la mirada perdida.
—Lo siento.
Leticia necesitaba respirar profundamente, pero no tenía fuerzas ni para eso. Quería ponerse en pie, pero sus piernas no respondían… Debía haberse sentido enfadada, pero estaba exhausta. Qué ingenua había sido al creer que se ganaría el respeto de sus padres.
Fernando hundió los dedos en su cabello.
—¿Leticia?
—¿Cómo has podido hacerme esto? —no hablaba tanto con Fernando como con sus padres, pero era a él a quien tenía delante.
—Lo siento.
—Tú lo sabías. Has participado en el engaño.
—Sí. Lo siento.
Leticia lo miró fijamente. Aunque no se estaba defendiendo, no le costaba imaginar la presión a la que lo habría sometido su padre.
—Me cuesta creer que mi padre me valore tan poco. —murmuró— O mejor dicho, claro que lo creo. Siempre ha sido así. Para él, si no soy una aventurera, no soy nada.
Fernando la tomó por los hombros y la sacudió con suavidad.
—¡No digas eso Leticia! ¡No tienes por qué medirte de acuerdo a sus criterios! Eres inteligente, tienes talento y eres preciosa…
La sinceridad con que Fernando estaba hablando hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
—Sigue hablando. —musitó— Sigue hablando y puede que te perdone por haber sido su cómplice.
—Eres perfecta tal y como eres. —continuó él, con una sonrisa en los labios— Eres maravillosa. ¿Qué más da que no seas adicta a la adrenalina?
—A mis padres sí les importa.
—Ése es su problema, no el tuyo. Y tú sabes que en muchos otros aspectos se sienten orgullosos de ti.

 

 

CAPÍTULO 63

 

Leticia sabía que tenía razón. Y que no se merecía que volcara en él la furia que sentía hacia sus padres.
Tras una pausa, trazó con el dedo el perfil la oreja de Fernando y sonrió con picardía.
—Puede que tengas razón y, después de todo, ya había decidido que no quería Aventureros Intrépidos. Además, tengo cosas más importantes de las que preocuparme.
—¿Por ejemplo?
«Tú», pensó Leticia. Pero dijo:
—Sé que quieres la compañía para quedarte y ayudar a Paula y a Jaimito y estoy orgullosa de ti.
—¿Orgullosa? ¡No hay quien te comprenda! creía que me matarías y en lugar de eso resulta que estás orgullosa de mi —dijo Fernando, con una sonrisa tan cautivadora que Leticia empezó a olvidar lo furiosa que estaba. Después de todo, tal y como había dicho, tenía asuntos más urgentes que resolver.
—¿Podemos dejar de hablar ya? —preguntó, con un brillo malicioso en la mirada.
—No. —replicó Fernando. Ella suspiró— Tengo pensado cómo vengarnos de tus padres. Si me compraras la mitad de la compañía, la compartiríamos. —Fernando enredó un dedo en un mechón de su cabello al tiempo que la miraba fijamente— Pero si esa idea no te gusta, aún tengo otra.
—¿Cuál?
—Podríamos llegar a un acuerdo menos impersonal.
Más que hablar, Fernando parecía estar ronroneando y cuando hacía eso, Leticia era incapaz de concentrarse en sus palabras. ¿Qué pretendía insinuar?
—¿De qué tipo?
—Si tú y yo lo compartiéramos todo, también compartiríamos la compañía.
Leticia ocultó el rostro en el cuello de Fernando y gimió con voz lastimera:
—No puedo enamorarme de ti.
—¿No puedes?
—No debo.
—¿Por qué?
—Porque somos muy distintos. Yo quiero una vida tranquila, predecible y aburrida.
—No es verdad. Te gustan las aventuras, lo que temes es tener miedo. Hay una gran diferencia. —Fernando le sujetó la muñeca y le buscó el pulso— ¿Ves? Te encanta que te acelere el corazón.
—¡Qué arrogante eres!
—Me limito a decir la verdad. —tomó la mano de Leticia y la colocó sobre su pecho— Además, tú me afectas a mí de la misma manera.

 

 

CAPÍTULO 64

 

Leticia sintió el corazón de Fernando latiendo contra su mano y sonrió.
—A lo mejor es porque no estás en forma.
—¿Piensas dedicarte a poner excusas? ¿Por qué no cambiamos de papel? Tú me intentas seducir y yo me hago la tímida damisela.
—¿Damisela? Fernando, no bromees…
—Vamos a probar. —Fernando intentó separarse y fue Leticia quien lo sujetó— ¡Nunca podrás aprovecharte de mí!
Leticia rió a su pesar.
—¿Aprovecharme de ti?
—Sí. —dijo él, recorriéndole el escote con el dedo– Me encantaría que te aprovecharas de mí.
Leticia puso los ojos en blanco.
—¿No crees que es significativo que vomitar después del salto en paracaídas?
—Sí, significa que tendré que aprender a retirarte el pelo de la cara.
—¡Fernando…!
—Lety, te quiero.
Leticia contuvo el aliento. Al ver que no respondía, él frunció el ceño. Ella lo abrazó para borrar aquella expresión de su rostro y, apretando la cara contra su pecho, susurró:
—Yo también te quiero.
—Ya era hora de que lo admitieras. —protestó él, dándole un mordisquito en el lóbulo de la oreja— Me has dado un susto de muerte.
—Te lo mereces. Recuerda el pánico que he sentido yo esta mañana.
—No ha sido nada comparado con el mío hace unos segundos —tomó la mano de Leticia y la besó.
—Ojala mis padres no se enteraran. Me da rabia hacerlos tan felices.
—¿Quieres decir que aceptas el acuerdo?
—Vas a tener que ser más preciso.
Fernando la besó con delicadeza y Leticia sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
—¿Quieres casarte conmigo?
Leticia protestó.
—Vas a hacerme llorar.
—¿Eso es un «sí» o un «no»?
—Sí. —dijo ella enfáticamente— Aunque me sigue dando rabia lo contentos que se van a poner mis padres.
Fernando rió y le acarició el cabello.
—Si prefieres, podemos fugarnos. —sugirió— Eso los volvería locos.

 

 

CAPÍTULO 65

 

Leticia sonrió.
—Es un buen plan. ¿Y sabes lo que se me acaba de ocurrir? –dijo tímidamente— Podríamos correr pequeñas aventuras poco peligrosas.
—Me parece una buena idea. ¿Por ejemplo?
—¿Qué te parecería hacer un crucero?
—Suena bien. Sobre todo si tenemos un camarote con una gran cama. Y hablando de camas…
—Ya sé cómo acaba la aventura de Diego —dijo Leticia, con expresión distraída.
—¿Cómo?
—Diego descubre que todas las aventuras por las que pasa Violeta sólo tienen un objetivo: encontrar la pluma que él tanto admira para poder entregársela.
—¿Quieres decir que todo lo ha hecho por él?
—Sí.
—Así que era a él al que amaba y no al dragón.
—Sí. Pero temía que la rechazara. Por eso lo trataba con indiferencia. ¿Qué te parece?
—No estoy seguro. ¿Cuál es la moraleja del cuento?
—¿Tiene que tener una moraleja?
—Claro.
—Tendrán que descubrirla los lectores. O sus padres.
—Suena bien.
—¿Volverás a posar para mí?
—Sí me pagas lo suficiente… ¿Vas a hacer una serie?
—Creo que sí. Ya sé cuál es el tema del próximo libro. Me lo ha inspirado el salto en paracaídas.
—¿Sí?
—Diego va a aprender a volar.
Fernando frunció el ceño.
—Lety, Lety, Lety…
—¿Qué?
—Vuelves a cometer un error básico.
Leticia suspiró.
—¿Y ahora cuál es el problema?
—Los pingüinos no vuelan.
Leticia le rodeó el cuello con los brazos y sonrió. Era evidente que sólo había una manera de hacerlo callar.
—Pues a partir de ahora, sí.

FIN

 

 

NOTA:

 

Esta historia es una adaptación de la novela The marriage adventure, escrita por Hannah Bernard en el año 2005.

 

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